Por Pedro Taracena Gil

Reflexión en voz alta
Sí,
ya lo sé que es una falta de respeto insinuar que Juan Carlos I no tuviera
decencia. El artífice del paso de la dictadura a la democracia, es considerado
por muchos españoles como el salvador de la Patria, instaurador de la modélica
Transición y sobre todo, un héroe nacional después del 23-F. No obstante, sus
orígenes no fueron muy honorables. El primer Gobierno de Su Majestad, con los
escombros y desperdicios del franquismo, se ocupó de cumplir la voluntad del
que fue Caudillo de España por la Gracia de Dios. Es decir, instauró la
monarquía en la persona de uno de los miembros de la Casa de Borbón,
designación que el difunto general golpista y sanguinario, dejó atado y bien
atado.
Es
verdad que la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad,
según dice el artículo 56 de la Constitución. Y se han encargado los lacayos y
aduladores para que, no solamente queden refrendados los actos oficiales inherentes
a su alta dignidad, sino que se han valido de subterfugios legales para que la
inviolabilidad acoja a las fechorías que
pudiera cometer a título personal. Todos los españoles somos conocedores de cómo
el Parlamento blindó toda posibilidad para que no se le pudiera llevar ante la
Justicia bajo ningún concepto.
La
figura del Rey encarna dos instituciones: la Jefatura del Estado y la Corona.
El Jefe de Estado es el Rey, pero la institución monárquica va más lejos. La
Corona acoge en su seno a la Familia Real. Es decir, los monarcas reinantes y
sus descendientes, poseedores de los derechos dinásticos. Tanto hijos como
hermanos del Rey. La institución monárquica es anacrónica y en el caso español
lo es mucho más. Porque la lógica del último tercio del siglo XX, aconsejaba
una evolución hacia un régimen republicano; careciendo de méritos para su
instauración, la propia familia de los Borbones. Dicha familia apoyó el golpe
que derribó la Republica, y como premio el general Franco, prometió el Trono de
España al nieto de Alfonso XIII, precisamente destronado por la República,
legítima y legalmente democrática. Para completar la dignidad y el rango de un
Rey, es preciso llegar a los orígenes de la monarquía. En España sucedió con la
conversión de Recaredo, nuestro primer rey católico. El poder del Rey es de
origen divino. Es fácil encontrar la alianza Trono Altar en todos los reinos
cristianos. En España sin disimulo esta alianza está vigente por tradición del
nacionalcatolicismo. Mucho más evidente se contempla en el maridaje Iglesia
Estado.
Por
tanto en la monarquía española, el Rey no es un ente aislado del resto de su
familia. La Reina consorte y sus hijos, el Príncipe o Princesa de Asturias y
las infantas, constituyen la Familia Real como institución. Todos y cada uno de
los miembros están obligados a llevar una conducta ética y moral ejemplares.
Juan Carlos I si únicamente hubiere sido Jefe del Estado, su conducta personal
como ciudadano, cónyuge o padre, no tendría relevancia, pero al ser miembro de
una familia que es consustancial a la Corona, la más alta institución del
Estado, sus fechorías y escarceos amorosos no pasan desapercibidos ante el
pueblo. Amén de frecuentar amistades poco ejemplarizantes y viajes por los cuales
tuvo que pedir públicamente disculpas. Los devaneos de Juan Carlos I, han sido
silenciados por una corte de aduladores y caciques rancios y trasnochados. La
perversa y farisea Transición ha traído consigo la impunidad del genocidio
franquista, cuya amnistía sumió al pueblo en una amnesia histórica. El
bipartidismo, las derechas nacionalistas y la prensa, auténtica impostora del
periodismo, han silenciado la conducta de un Rey que hacía honor a sus
predecesores en el Trono de España. El Rey disfruta de una inviolabilidad
absoluta. Aunque algunos de los miembros de su familia, sí hayan rendido
cuentas ante la justicia. El telón de La
Gran Farsa de la Transición, está próximo a su fin. En una República el
Presidente está sometido al imperio de la Ley a nivel personal. Sus
circunstancias familiares o amicales nada tienen que ver con la Jefatura del
Estado.
Los
políticos que hicieron la Transición son cómplices de que el Rey de España
pueda llegar a ser un indecente… Y que nadie se engañe, la reconciliación de
las dos Españas es una mentira, apuntalada por embustes. Nunca hubo voluntad de
que la Historia la cuenten, también, los vencidos… Las víctimas… Los reos
inocentes… Los hijos y nietos de los asesinados por el franquismo…