He buscado en el diccionario de la Real Academia Española un epíteto que calificara su comportamiento en los últimos meses como socialista, demócrata y como presidente de la soberanía nacional. Y salvando la cortesía el respeto institucional y aquello que se considera políticamente correcto, solo he encontrado la de impostor. Las tres acepciones le hacen acreedor de ese título. Es reprochable e indigno que el Presidente del Congreso de los Diputados, primer defensor de la Constitución que representa al pueblo español, haya contaminado la función que desempeña con sus creencias religiosas. Ha rehusado con subterfugios condenar el golpe de estado de 1936 y denomine a Fraga “patriota de bien”. Estas conductas observables por los españoles no pertenecen al cargo que desempeña, elegido por el pueblo. Más buen corresponden a un político que tiene sus raíces en Falange Española y en el nacionalcatolicismo. Exactamente corresponderían a Manuel Fraga Iribarne y a todos sus secuaces, que lejos de reconocer que la República fue un régimen tan legal y legítimo como la Constitución de 1978, se niegan a condenar el genocidio planificado de Franco el 17 de julio de 1936. Exterminio que se prolongó hasta su muerte. El señor Bono se ha creído que se puede servir a dos o más sensibilidades, desempeñando la función constitucional. Como servidor del Estado que acoge a todos, defensor de la Constitución que es aconfesional y como responsable del respeto que le exige la Memoria Histórica de las víctimas de franquismo, uno de los poderes del Estado ha sido ocupado por un perfil inadecuado. Pero le felicito porque ya jamás volverá a cometer tales indignidades.
Pedro Taracena Gil
No hay comentarios:
Publicar un comentario