El artículo 14 de la
Constitución dice: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda
prevalecer discriminación alguna por razones de nacimiento, raza, sexo,
religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o
social”.
Por enésima vez se celebra
el día en que se rinde homenaje a la mujer por el hecho de serlo. Porque a
pesar de ser un ser humano igual que el hombre, la rémora histórica no permite
reconocerlo fehacientemente, tanto en el campo legal y legítimo como ético y moral.
Es la fiesta donde se rinde culto a la hipocresía. Los enemigos de la mujer no
solamente son los misóginos, machistas u otros especímenes poseedores del falo;
incluyendo a los homófobos que no soportan que las mujeres tengan otras
preferencias, que las que ellos consideran como naturales.
Para que el precepto de la
igualdad se lleve a cabo es preciso vencer inercias del pasado, que aún
persisten en el seno de la familia, en la escuela, en el trabajo, en la
política, en la sociedad en general. En principio la maternidad no es una
obligación o imposición de la sociedad, es un derecho. Nadie puede arrogarse la potestad de incidir en las decisiones que
la mujer tome sobre su cuerpo. Ser o no ser madre. La asignatura de la
Educación para la Ciudadanía era una oportunidad para educar a los niños en
valores constitucionales. Cuando en la adolescencia un joven da muestras
inequívocas de acoso a una compañera o presunta novia, y la joven acepta los
celos y el comportamiento machista como atractivo y hasta seductor, algo huele
a podrido en el diseño educativo, no solamente en la escuela sino en la
familia. Por mucho que se descalifique la puesta en escena de Hugo Chávez,
discutible sin duda, en la Constitución bolivariana de 1999, en su artículo 88,
establece que: "el Estado reconocerá el trabajo del hogar como actividad
económica que crea valor agregado y produce riqueza y bienestar social".
Por mucho el Rey de España le mandara callar, algo ha hecho en el campo de la
igualdad.
El enemigo que impide la igualdad constitucional entre
todos los españoles, no se encuentra exclusivamente entre los hombres, se halla
también entre muchas mujeres. Las diputadas de la derecha no han asumido el
espíritu de las leyes sobre la igualdad, de violencia de género y paridad en el
mundo del trabajo. Su contenido es rechazado con los mismos argumentos que el
machismo más ancestral. Y bajo la componente del nacionalcatolicismo, sus ideas
y decisiones están homologadas con el comportamiento misógino de la Iglesia;
contaminando la gobernanza civil con la ideología confesional.
En el día de hoy hay que pasar de felicitaciones
fariseas a reivindicaciones contundentes:
Homogeneidad de los sueldos para mujeres y hombres: Igual trabajo, igual
sueldo. Luchar con las pretensiones de Gallardón de cristianizar la actual ley
del aborto y el adoctrinamiento de Wert como Dios manda.
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