Don Felipe: Con el máximo
respeto constitucional, me dirijo a usted con el ánimo de hacerle partícipe de
una reflexión que nos afecta a todos los españoles.
La situación que vive España
por la inevitable globalización de la crisis financiera, nos conduce
irremediablemente a un cambio radical. Nos estamos precipitando hacia el final
de un sistema que se ha llevado por delante, el Estado del Bienestar y cada día
nos aleja más del espíritu y la letra de la Constitución. Se ha instalado entre
nosotros: la mentira, la corrupción, la explotación, la especulación, la usura,
la desigualdad y la falta total de solidaridad en el Estado de las Autonomías.
Negar esta evidencia sería persistir en “la vida en la mentira”, como dice Václav
Havel en su libro El poder de los sin
poder. O también podríamos caer en la tentación de considerar que Stéphane
Hessel, recientemente fallecido, con su grito de ¡Indignaos! Es una falacia.
La democracia inventada en la
transición, producto del consenso entre la dictadura y los opositores al franquismo,
está dando los últimos estertores. El Rey ha pilotado este periodo histórico
arrastrando el lastre que heredó del Caudillo que lo fue de España por la
Gracia de Dios. La asignatura que Juan Carlos I tiene pendiente es la condena
de la dictadura. Si no juro la Constitución una vez sancionada, al menos debía
condenar el régimen anterior y su dictador. El Príncipe de España creado por el
Generalísimo Franco, se convirtió en el Rey de España, no por su pretendiada
instauración de la monarquía, sino porque el pueblo español se dotó como forma
de gobierno de una monarquía parlamentaria. Constitución de 1978.
La historia contemporánea
desde la atalaya del siglo XXI, nos permite constatar que hemos vivido el mismo
periodo padeciendo la dictadura, que aprendiendo a vivir en democracia. Nunca
es tarde, aunque nos encontremos en las postrimerías del reinado de Juan Carlos
I, para reconducir desviaciones. Con la Constitución en las manos, es el
momento de liberarse de la rémora que supone coincidir con la derecha
franquista en la negativa a condenar expresamente a Franco y su dictadura. Los
reconocimientos, alabanzas y hasta agradecimientos a su persona, han caducado con
el tiempo constitucional. Por respeto al pueblo español el Rey debe
distanciarse de quienes han sido sus verdugos; el franquismo imperante que ha
sido capaz de fosilizar la Constitución. Otro aspecto que afecta a la Corona es
respetar el Estado aconfesional que marca la Constitución. De aquí se desprende
que la religión queda reservada para la vida privada de las personas que
integran los poderes del Estado,
incluyendo la Corona. La Iglesia en la democracia española no es una religión,
es un poder fáctico. La familia real en ceremonias religiosas de carácter
público, no representa a ninguna institución del Estado.
Esta es la España en la que
reinará usted. Su Alteza Real, El Príncipe de Asturias. Desde mi vocación
republicana, sin prejuicios ni complejos, me satisface comprobar que haciendo
una lectura de las dos constituciones, la republicana de 1931 y la monárquica
de 1978, salvando las distancias en el tiempo, solamente se diferencian en la institución de
la Jefatura del Estado. Ambos textos constitucionales fueron vanguardia en su
época.
Sin abandonar el respeto
constitucional que le debo a usted como heredo de la Corona, sí, me atrevo a
desearle que acceda al trono rompiendo con los achaques históricos de la
dinastía borbónica. Deslíguese de la derecha franquista y de la Iglesia. El no
reconocimiento de la República como régimen igual de legítimo que la monarquía
parlamentaria, así como la negativa a condenar el genocidio franquista, se ha
convertido en la eterna piedra de tropiezo para la reconciliación entre todos
los españoles.
Por último baje a la calle,
sintonice con los jóvenes, sin olvidar la experiencia sufrida por sus padres y
abuelos. Asuma el espíritu y la letra de la Ley de la Memoria Histórica. Considere
que el futuro Jefe del Estado, sí ha jurado la Constitución Española.
Alteza, reciba mi saludo más
respetuoso.
Pedro Taracena Gil
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