Por Pedro Taracena Gil
Nuestro teatro del siglo XXI
se ha perdido una gran compañía de comediantes,
titiriteros, malabaristas y saltimbanquis. Los franquistas trasnochados
pero legítimos herederos de la dictadura genocida que ahora nos gobiernan, se debían
de haber dedicado a la vocación de disfrazar la realidad con la mentira. En
lugar de formar un gobierno hubiera sido más exitoso haber creado una compañía
de farsantes. La farsa es el arte de presentar la mentira de forma creíble y en esto son maestros. La puesta en
escena de todas las falsedades que cada día alimentan para que el pueblo viva,
también, en su versión institucional, en la ausencia de verdad, en la mentira.
Todos son actores de primera
categoría y con especialidades bien definidas, como para garantizar que los
teatros de España en cada sesión pongan el letrero de “no hay localidades”. Adefesios
demócratas que no condenan la dictadura. Máscaras sindicalistas que dicen
defender al trabajador, cuando descalifican toda reivindicación. Arlequines
siniestros que cometen crímenes contra los ciudadanos de todo tipo y condición.
Personajes alegóricos que han declarado la guerra al débil: La religión, el capital, la empresa, el mercado…
Entre ellos mismos en esta
gran compañía de tramoyistas y actores, hay directores de escena, guionistas de
sainetes, comediógrafos de mal gusto y hasta tragedias abyectas que siembran la
muerte, la salud cercenada, el paro, los desahucios, el abandono de los
ancianos, donde los robos y los crímenes son el argumento más frecuente. Con la
falta de pudor cual personajes de ficción, estos farsantes salen una y otra vez
a recogen el aplauso y reconocimiento de los asistentes a estos dramas. Como
antaño ante su magistral interpretación, quien en primer lugar rompe el
silencio dejado por la última frase de cada obra, es la claque, que como en los buenos tiempos se le pagaba para que aplaudan.
El poder tiene su claque, es decir,
los esbirros, lacayos, secuaces y aduladores profesionales. Los medios de
comunicación, los empresarios, los obispos y los seguidores de la ideología
franquista.
La farsa que la clase
política, los bancos, la patronal y la Iglesia está poniendo en escena cada
día, es un esperpento de dimensiones impensables hace tan solo cinco años.
Nadie podía imaginar que fuéramos marionetas de los inmorales responsables de
la Europa de los mercaderes, que no de la Unión Europea de los ciudadanos. Se
han convertido en los verdugos de los españoles, cuyo mayor delito ha sido ser víctimas de sus crímenes.
Han implantado una mafia que lejos de ser clandestina es legal. Su política
criminal, sí criminal, elabora leyes legales pero injustas, que han hecho
quebrar el Estado de Bienestar. Porque estos perversos mentecatos, actores de
pacotilla, han creído que al pueblo español se le podía engañar, metiéndoles a
la fuerza en la vida de la mentira, como
dice Václav Havel en su libro El poder de los sin poder. El pueblo
español está en la calle más pobre que antes, pero con más dignidad que la
caterva de inmorales embusteros perseguidos por los escraches de la justicia que emana del pueblo… Al final serán los
ciudadanos quienes hagan caer el telón y junto a él los disfraces de la
pantomima democrática y las máscaras del franquismo.
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