Por Pedro Taracena
Persona
de distinción, calidad o representación
en la vida pública. De esta manera define la Real Academia
Española a los políticos que destacan por sus hechos como servidores públicos. Alberto Ruíz Gallardón es un genuino ejemplar
producto del franquismo camuflado. Parte de la opinión pública y los
medios afines al franquismo, le habían etiquetado como moderado y centrista, casi progresista. Pero este
perfil no tenía ninguna
consistencia para aquellos españoles que hemos
conocido la dictadura y la transición. Este señor es uno de los
franquistas conversos vendiendo la idea de que son demócratas de toda la vida. Un farsa vergonzosa.
Alberto Ruíz Gallardón tienes sus raíces en la dictadura franquista, hijo de José María Ruíz Gallardón y ambos herederos de Franco, conducidos de la mano de otro
franquista, quizás el más genuino de todos. Manuel Fraga Iribarne, ministro mordaza de la dictadura y ministro, dueño de la calle en la monarquía, que no en la democracia. El Partido Popular nunca
tuvo ideología propia porque
para gobernar España no la necesita.
Si tuviéramos que configurar su marco referencial ideológico no sería necesario saltar los Pirineos. Aunque el PP se adjudica un mosaico de
ideas de centro-derecha, su eterno viaje hacia el centro se ve frenado por su
rémora franquista. Lejos de la democracia cristiana o los conservadores europeos,
la derecha española comprende una
amalgama formada por el nacionalcatolicismo, el falangismo y los caciques católicos integrantes de la burguesía desde siglo XIX.
La nada modélica Transición les concedió la impunidad para no ser juzgados por su participación en un régimen dictatorial y sanguinario. Han sido
capaces de fosilizar la Constitución y gobernar al margen de ella. Y la farsa llega hasta el esperpento
erigiéndose en baluarte de su defensa y cumplimento. Tanto los franquistas
como los demócratas trataron de engañar a los españoles y en parte
lo consiguieron, confundiendo el consenso de la transición con el pacto
constitucional. Las omisiones que con toda intención adolece el
texto de la Constitución Española, sin condenar la dictadura, han sido aprovechadas por
el pacto no firmado que dejó impune el genocidio. Negando que lo hubiera y haciendo apología del franquismo de forma chulesca y permanente. Este
estado de cosas, no solamente escandaliza a los demócratas españoles, sino que espanta al mundo civilizado. Los protagonistas de la
Transición que ahora se les viene identificado como La Casta, lo
constituyen el Gobierno, que ya nadie puede
dudar que es el franquismo con vocación de perpetuarse, y el otro gran partido que no puede tirar la primera
piedra porque está igual de
corrompido, los dos han ido de la mano
para cometer el mismo pecado original.
En este panorama el exministro de
Justicia ha brillado con luz propia. Franquista, hijo, nieto y bisnieto de franquistas, ha sido
hacedor eficaz de la ideología del
nacionalcatolicismo. Lejos de reconocer que su ley sobre el aborto tenía el rechazo de gran parte de la sociedad, se ha
marchado convencido de que su ideología es la verdad y que los demás, algún día, la aceptarán como verdad absoluta. Este personaje que ya ha entrado en la España más siniestra y
oscura, hay que decirle que la alianza Iglesia-Estado y el maridaje
trono-altar, las españolas y los españoles hace muchos años que hemos dicho, ¡No! Son las mujeres, sobre todo, las que han
echado al siniestro personaje de la vida pública española. La oposición está amordazada
porque ha cedido mucho terreno desde que los Acuerdos entre el Reino de España y la Santa Sede, contaminan de prejuicios
religiosos la vida laica y política, a pesar de
disponer de una Constitución no confesional.
Y así ha sucedido con la Educación Pública, que Wert
otro ínclito ministro, cuyo cinismo invade el fariseísmo católico más rancio y casposo, ha escrito una ley al
dictado de los obispos.