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domingo, 7 de enero de 2024

MIGUEL HERNÁNDEZ



MIGUEL HERNÁNDEZ

Gregorio Prieto


Las abarcas desiertas

  Miguel Hernández. 2.01.1937

    Por el cinco de enero,

cada enero ponía

mi calzado cabrero

a la ventana fría.

   Y encontraban los días,

que derriban las puertas,

mis abarcas vacías,

mis abarcas desiertas.

    Nunca tuve zapatos,

ni trajes, ni palabras:

siempre tuve regatos,

siempre penas y cabras.

    Me vistió la pobreza,

me lamió el cuerpo el río,

y del pie a la cabeza

pasto fui del rocío.

   Por el cinco de enero,

para el seis, yo quería

que fuera el mundo entero

una juguetería.

   Y al andar la alborada

removiendo las huertas,

mis abarcas sin nada,

mis abarcas desiertas.

   Ningún rey coronado

tuvo pie, tuvo gana

para ver el calzado

de mi pobre ventana.

   Toda gente de trono,

toda gente de botas

se rió con encono

de mis abarcas rotas.

   Rabié de llanto, hasta

cubrir de sal mi piel,

por un mundo de pasta

y unos hombres de miel.

   Por el cinco de enero,

de la majada mía

mi calzado cabrero

a la escarcha salía.

   Y hacia el seis, mis miradas

hallaban en sus puertas

mis abarcas heladas,

mis abarcas desiertas.

 Este poema publicado el 2.1.37 en el 36 de Semanario de la Solidaridad, Ayuda de Socorro Rojo, iba acompañado de la siguiente prosa:

«Los niños de la España libre y en armas tendrán este año, merced a la generosidad de millones de personas, lo que la casta que nos dominaba había hecho privilegio exclusivo de sus hijos: juguetes y libros con que estimular su espíritu y crear sus castillos imaginativos de una sociedad mejor». 




 MIGUEL HERNÁNDEZ  








En 1933 se publicó “Perito en Lunas”, que sufragó el clérigo amigo, Almarcha, pagando de su bolsillo las 425 pesetas que costó la edición de 300 ejemplares

Miguel Hernández Gilabert nació el 30 de octubre de 1910, en la calle San Juan, 82, de Orihuela (Comunidad Valenciana), en el seno de una familia humilde, que se dedicaba a la cría y pastoreo de cabras, ganado del que siendo todavía un niño empezó a ejercer de pastor Miguel, aunque su interés por la lectura y adquirir conocimientos, le obligaba a leer mientras el ganado pastaba. También aprovechaba las noches para poder hacerlo, cuando su padre no lo veía, ya que su antecesor era un hombre rudo de la época y de carácter dictatorial, que no le gustaba que “perdiera el tiempo leyendo”. Pero Miguel, que era “mas listo que el hambre”, se hizo amigo del canónigo Luis Almarcha Hernández, vicario general de la diócesis de Orihuela, que puso a disposición del joven y futuro poeta su amplia biblioteca y le prestó libros de San Juan de la Cruz, Gabriel Miró, Paul Verlaine, Virgilio, entre otros muchos autores. También leía a otros escritores diferentes, como Baudelaire, Bécquer, Espronceda, en la biblioteca del “Círculo de las Artes de Orihuela”, junto a los tomos que le proporcionaba su amigo desde la infancia, José María Gutiérrez, que, años después, adoptaría el seudónimo de “Ramón Sijé”, convirtieron a Miguel en un autodidacta, pero muy leído, que compartía su trabajo de pastor con las lecturas, y que formó un grupo literario en la tahona de su amigo Carlos Fenoll, donde asistían, entre otros, el propio Carlos Fenoll y su hermano Efrén, Manuel Molina, Miguel Hernández, Ramón Sijé…

Asimismo, M. Hernández se hizo asiduo de la Biblioteca Publica de su pueblo, donde leía o se llevaba para leerlos mientras cuidaba el ganado, los grandes autores del Siglo de Oro: Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega, Góngora…, que fueron sus maestros, junto a Gabriel y Galán, Zorrilla, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado…, ya que fue poco tiempo a la escuela, según algunos estudiosos de su obra, opinión que no comparten otros como José Luis Ferris, licenciado en Filología Hispánica y doctor en literatura española, autor de cuatro poemarios, tres novelas y otros muchos trabajos literarios, especialmente sobre la pintora Maruja Mallo y la poetisa Carmen Conde, sobresaliendo entre todos ellos, sus muchos y profundos estudios de la vida y la obra de su admirado Miguel Hernández, poeta y dramaturgo del que ha publicado varias biografías, que están entre las mejores que se han escrito sobre el vate de Orihuela.

La pasión por la lectura y la escritura que tenía M. Hernández, le obligó a comprar, en 1931, una máquina de escribir de segunda mano de la marca “Corona”, portátil, cuyo precio fue de 300 pesetas, que fue pagando poco a poco, según podía a su amigo Belda, máquina en la que redactó los poemas de su primer poemario “Perito en Lunas”, dejando ya de molestar al vicario amigo, que era el que le pasaba a máquina los versos primerizos del incipiente poeta, que, a partir de entonces, subirá cada mañana al monte a pastorear el ganado familiar, pero con el hatillo al hombro y la máquina de escribir, en la que componía sus poemas hasta altas horas de la tarde. El 25 de marzo de 193l, cuando tenía 20 años, ganó el primer y único galardón literario de su vida, otorgado por la “Sociedad Artística del Orfeón Ilicitano”, que, el jurado consideró, que su poema de 138 versos, titulado: “Canto a Valencia”, era digno del primer premio de dicho concurso, pero el joven aedo creyó que sería una remuneración económica y fue una escribanía de plata, lo que le frustró bastante, ya que con el dinero que pensaba cobrar del citado premio, quería marcharse a Madrid, donde podría iniciar la carrera literaria, que tanto le gustaba y deseaba.

No obstante, debido al premio y a la reputación que logró gracias a las publicaciones en varias revistas y diarios provinciales y locales, como “El Pueblo de Orihuela”, periódico que fundó y era su director su amigo y protector Luis Almarcha, unido al dinero que le adelantó su apreciado amigo “Ramón Sijé”, entre otros colegas paisanos, se marchó a Madrid, intentando consolidarse en el mundillo literario de la Capital de Reino, donde le ayudó a buscar empleo en varias revistas y periódicos, Francisco Martínez Corbalán, tras leer unas cartas de recomendación que llevaba y algunos de sus poemas, pero el intento fracasó y tuvo que regresar a Orihuela el 15 de mayo de 1932, aunque dicho viaje fue de gran importancia, ya que pudo conocer de primera mano la obra de la generación del 27, que tanto admiraba, aunque su poeta preferido era Juan Ramón Jiménez, junto a Góngora, autor cuyas influencias son visibles en su primer libro de versos.

En 1933 se publicó “Perito en Lunas”, que sufragó el clérigo amigo, Almarcha, pagando de su bolsillo las 425 pesetas que costó la edición de 300 ejemplares, que imprimió la editorial murciana “La Verdad”, primer libro del poeta oriolano, que fue reseñado en varios medios escritos, como el diario “El día de Alicante” y el semanario “El pueblo de Orihuela, entre otros, lo que ocasionó que Hernández fuera invitado a presentar su poemario y hacer lecturas de su obra en la Universidad de Cartagena y en el Ateneo de Alicante.

Tras aquel prometedor comienzo, se decide a volver a Madrid para obtener una ocupación laboral con la que poder mantenerse, que consigue, tras unos meses sin hacer nada útil, salvo pasear por Madrid, ciudad que le impresionó, pero que le agobiaba y no tenía dinero ni para comer, pero todo se solucionó al ser nombrado colaborador de las Misiones Pedagógicas, cuyas funciones principales eran, que Miguel recitara versos de los poetas clásicos y fuera el bibliotecario, trabajo que le proporcionaron la poeta Carmen Conde y su marido el editor Antonio Oliver, que lo buscaron para que se incorporara a las Misiones Pedagógicas, pero dicha labor le aportaba escasos beneficios económicos y le obligaba a viajar por todo el país, entre otras zonas: Castilla-La Mancha, donde acompañado de su inseparable amigo Enrique Azcoaga, estuvieron impartiendo cultura en varios pueblos de la provincia de Ciudad Real, entre otros: Puertollano y Valdepeñas, ciudad esta última, desde la que escribe una carta a su mujer, fechada el 20 de marzo de 1936, en la que le dice: “…Hoy me encuentro en Valdepeñas desde las doce del día. Solamente me queda estar fuera de Madrid esta semana y la mitad de la otra. Es decir que el jueves próximo, no, el otro (es decir el 2 de abril) estoy en Madrid”.

Más tarde, conoce y entabla amistad con José María de Cossío, que se convirtió en uno de sus mejores amigos, valedor de su obra y protector del poeta. En 1935 muere su fraternal amigo de toda la vida, Ramón Sijé, fiel compañero y amante de la literatura como él, que siempre lo apoyó y le animó a escribir, aunque últimamente estaban distanciados por motivos religiosos y políticos, pero al que Miguel, excelente persona y buen amigo, que no era rencoroso, escribió emocionado su famosa “Elegía a Ramón Sijé”, publicada en la prestigiosa Revista de Occidente, que elogió Juan Ramón Jiménez, en el diario madrileño “El Sol”, el 29 de marzo de 1936, poema, sobre el que el artífice de Moguer (Huelva), redactó en su reseña: “Verdad contra mentira, honradez contra venganza. En el último número de la Revista de Occidente, publica Miguel Hernández, el extraordinario muchacho de Orihuela, una loca elegía a la muerte de su Ramón Sijé y 6 sonetos desconcertantes. Todos los amigos de la “poesía pura” deben buscar y leer estos poemas vivos. Tienen su empaque quevedesco, es verdad, su herencia castiza. Pero la áspera belleza tremenda de su corazón arraigado rompe el paquete y se desborda, como elemental naturaleza desnuda. Esto es lo excepcional poético, y ¡quién pudiera estarlo con tanta claridad todos los días”!. Que no se pierda en lo rolaco, lo “católico” y lo palúdico (las tres modas más convenientes en la “Hora de ahora”, ¿no se dice así?), esta voz, este acento, este aliento joven se España”; crítica de su admirado maestro Juan Ramón, que fue un gran reconocimiento en el mundillo literario de la Villa y Corte, especialmente para el creador del poemario “Cancionero y romancero de ausencias” (1935-1941).

Años después, cuando el autor de “Platero y yo”, ya estaba exiliado, escribió y publicó su libro en prosa: ”Españoles de tres mundos”, donde destaca de forma laudatoria la persona y la obra del “poeta pastor”, diciendo: “El rayo que no cesa es Miguel Hernández mismo. Si sigue así este rayo, ¿Dónde llegará él, ¿Dónde llegará, con él la poesía española de nuestro siglo”, se preguntaba el exquisito JRJ. Considero necesario decir, que J. R. Jiménez, grandísimo poeta (Premio Nobel), pero extraño personaje de carácter un poco malicioso, que era poco dado a elogiar a nadie del gremio, ya que, cuando extrañamente ensalzaba la obra primera de algún poeta joven, después, en el momento en que creía que podía hacerle sombra, lo crucificaba, como hizo con algunos autores de la generación del 98 y con poetas de la del 27, que lo admiraban, pero de los que terminó profiriendo insultos y a los que definió como: ”Mariconcillos de playa”, motivo, entre otros, por el que el genial sevillano Luis Cernuda, lo llamaba: “Dr. Jeckill y un Mª. Hyde”.

Sus verdaderos amigos: Sijé, Cossío, Aleixandre y Neruda

José María de Cossío, hombre muy culto: licenciado en Derecho, escritor, tertuliano, miembro de la Real Academia Española, colaborador de afamadas revistas y periódicos, como ABC, Revista de Occidente, El Sol…y autor de otros muchos libros, entre los que sobresale el famoso tratado técnico e histórico de la tauromaquia, que tituló: “Los Toros”, compuesto por cuatro volúmenes publicados entre 1943 y 1961; enciclopedia fundamental para cualquier aficionado al arte de “Cúchares”, que dicho magnífico y documentado trabajo, que empezó a escribirlo en 1931, era y es conocido popularmente como “El Cossío”, dado que su artífice era un gran experto y aficionado amante del mundo de los toros, “Fiesta Nacional”, que le apasionaba y en la que tenía grandes amistades con los toreros de nombradía de aquellos años: “Joselíto”, “El Gallo”, Pepe Luis Vázquez, Antonio Bienvenida, Domingo Ortega, Ignacio Sánchez Mejías…

Además, J.M. de Cossío, que era un hombre de derechas y muy buena persona, fiel amigo de sus amigos, que tenía una de sus tertulias en la mítica taberna madrileña de “Antonio Sánchez”, donde se reunía semanalmente con personalidades como: Gregorio Marañón, Julio Camba, Pío Baroja, Sorolla, Zuloaga, Belmonte, Juan Cristóbal y Antonio Díaz Cañabate, escritor y periodista del diario ABC, que, en su libro “ Historia de una Taberna”, publicado en 1947 por la conocida editorial Espasa- Calpe, elogia los vinos que elaboraba mi padre, que eran los que degustaban en dicha tasca ilustrada, dado que la bodega familiar valdepeñera: “Matías Brotóns y Hermanos”, abasteció con sus vinos durante más de 60 años a la citada, emblemática e histórica taberna, fundada en 1830 y todavía abierta al público como taberna y restaurante, siendo, actualmente, la más antigua de la Capital del Reino y una institución en el gremio hostelero, junto a “Botín” y “Lhardy”, que son los restaurantes más antiguos de Madrid.

Cossío, fue un amigo entrañable, sincero y auténticamente verdadero, que ayudó mucho a Miguel Hernández, dado que, entre otros muchos favores que le hizo, lo contrató como secretario particular suyo y le encargó que le ayudara en la búsqueda de documentación y redacción del nombrado “Cossío”, en la editorial Espasa Calpe, donde le pagaban 250 pesetas mensuales, que, junto al salario de las Misiones Pedagógicas, le permitían poder sobrevivir dignamente en Madrid y conocer a bardos, artistas, escritores, pintores e intelectuales importantes como: Pablo Neruda, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Luis Felipe Vivanco, Rafael Alfaro, Federico García Lorca- al que conoció en 1933 en Murcia, en la redacción del periódico “La Verdad”-, Arturo Serrano Plaja, María Zambrano, José Bergamín, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Ernesto Jiménez Caballero, Luis Rosales, Enrique Azcoaga… y la excéntrica pintora de la Escuela de Vallecas, Maruja Mallo, que fue amante del poeta e inspiradora de algunos de los poemas de su libro “El Rayo que no cesa”, que le publicó primorosamente su amigo Altolaguirre, poeta, editor y propietario, junto a Emilio Prados, de la prestigiosa imprenta “Sur”, donde en su colección “Héroe”, dieron a conocer a la mayoría de los poetas de la generación del 27: Lorca, Cernuda, Alberti, Prados, Salinas, Bergamín, Guillen, Aleixandre, entre otros. Además de dirigir e imprimir la reputada revista literaria “Litoral”, entre otras, que tuvieron los mejores colaboradores de la época.

A mediados del año 1936 se afilió M. Hernández al Partido Comunista de España y desde comienzos de 1937 fue nombrado comisario político militar, en el 5º Regimiento, ejerciendo dicho cargo en los frentes de batalla de Teruel, Andalucía y Extremadura. El 9 de marzo del 37 se casó en el Juzgado de Orihuela con su novia, Josefina Manresa, que el 19 de diciembre del mismo año tuvieron su primer hijo, Manuel Ramón, fallecido diez meses después, y al que dedicó su poema “Hijo de la luz y de la sombra”.

En el verano de 1937 asistió al “II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura”, que se celebraron en Madrid y Valencia, donde conoció a César Vallejo. Más tarde, viajó a la Unión Soviética, en representación del gobierno de la República, donde se inspiró para escribir el drama “Pastor de la muerte” y algunos de los poemas, recogidos más tarde, en su obra “El hombre acecha”. El 4 de Enero del 39 nace su segundo hijo, Manuel Miguel, que, tras escribirle una carta su esposa, en la que le decía, “que solamente comían pan y cebolla”, escribe MH el famoso poema “Las Nanas de la Cebolla”, que dedicó a su hijo; texto, que, junto a “Aceituneros”-actual himno de la provincia de Jaén-, “Elegía a Ramón Sijé”, “El niño yuntero”, “Carnívoro cuchillo”, “Hijo de la luz y de la sombra”, “Para la libertad”, entre otros, que han sido musicados y forman parte de lo mejor de su obra., que, en general, es espléndida, según han escrito profesionales de la materia españoles y extranjeros, sin llegar a la altura de la obra y el prestigio nacional e internacional de Lorca, Cernuda o Aleixandre, pero próximo, máximo, teniendo en cuenta, que no tenía los estudios universitarios, ni la vasta cultura y el bagaje literario de los tres genios citados, que, en mi opinión, son los mejores de la generación del 27, en la que hay muy buenos poetas y poetisas; generación importantísima, también conocida anteriormente como “La Generación de los años 20”, “Generación de la Revista de Occidente”, “Generación de la República” y “Generación de la Amistad”, entre otras denominaciones, sobre cuyos autores tanto y tan bien ha escrito mi querido amigo Luis Antonio de Villena (Premio de la Crítica), entre otros, pero que todavía no ha tenido el reconocimiento que su magistral obra merece, dado que aún no le han concedido el Premio Príncipe de Asturias, siendo el García Lorca del siglo XXI, en mi opinión.

En abril de 1939, recién terminada la Guerra Incivil, el gran a migo de MH, José María de Cossío le ofreció su casa de Tudanca, donde podía ocultarse, pero el poeta prefirió volver a su pueblo natal, en el que se percató que corría un gran peligro, ya que fue delatado por un paisano y encarcelado, pero con la ayuda inestimable de Cossío y Pablo Neruda, que intercedieron ante un Cardenal, consiguen que Miguel saliera de la cárcel, sin ser procesado, lo que decidió al poeta irse a Sevilla pasando por Córdoba, con la intención de cruzar la frontera de Portugal por Huelva, ya que quería exiliarse en Chile, donde vivía su entrañable amigo Neruda, que ya le había ofrecido en Madrid asilo en la Embajada de Chile, tras la toma de Madrid por las tropas nacionales, pero Miguel no aceptó, en principio, pero tiempo después, cambió de opinión obligado por las circunstancias, pero ya no pudieron aceptarlo, dado que la citaba Embajada, estaba ya en manos de los falangistas. Además, poco tiempo después, cuando intentaba cruzar la frontera portuguesa, la policía del dictador fascista de Portugal, Salazar, lo detuvo y lo entregó el 4 de mayo del 39 a la Guardia Civil, ya que MH , obligado por la necesidad de dinero, vendió el reloj de oro que llevaba en su muñeca y que le había regalado Aleixandre, en el día de su boda, pero el comprador lo denunció a la policía portuguesa, dado que, pensó que el reloj era robado, ya que la pobreza de la ropa que Miguel llevaba puesta, no correspondía con poseer un reloj tan valioso.

Hay que recordar que el gobierno de la II República y el Partido Comunista Español, que M. Hernández, tanto defendió, lo abandonaron a su suerte, ya que al finalizar la Guerra, salvaron a muchos de los suyos de una muerte segura, entre otros al poeta Rafael Alberti, la escritora María Teresa León y el pintor, decorador, actor y exitoso escenógrafo, Santiago Ontañón, que el gobierno republicano, les puso un coche a su disposición para que pudieran huir y exiliarse, que los llevó desde Madrid a Monóvar (Alicante), pueblo que dista 52 kilómetros de Orihuela, pero del “Poeta del Pueblo” no se acordó nadie, ya que, en la madrugada del 5 de marzo de 1939, salieron desde el aeródromo El Hondón, en Monóvar, en un avión de las Líneas Aéreas Postales Española, cuyo destino era Orán (Argelia), los siguientes personajes republicanos: El Presidente del gobierno de la República, el doctor Negrín, Rafael Alberti y su esposa, María Teresa León, Enrique Líster, Dolores Ibarruri “La Pasionaria” y Santiago Ontañón, entre otros muchos miembros del gobierno republicano, junto a intelectuales y artistas que eran comunistas, dejando “en tierra” al buen escritor y mejor persona Miguel Hernández, que tanto había luchado por las libertades de España., que trajo la II República.

Igualmente, desde el mismo aeródromo, que hicieron en poco tiempo soldados republicanos, ya que era secreto para el bando nacional, habían salido antes varios bimotores, que llevaban al exilio a otros representantes y altos cargos de la citada República, junto a escritores e intelectuales que habían sido defensores de dicho gobierno democrático, pero del poeta de Orihuela se olvidaron todos sus amigos… y compañeros defensores de la bandera tricolor, cuando perdieron la contienda bélica y comenzó la huida hacia otros países donde poder exiliarse, quedando en el puerto de Alicante más de 15.000 republicanos, que esperaban que los barcos del gobierno de la II República los sacaran de España, pero aquello fue una encerrona , ya que, los barcos del ejército republicano no llegaron, pero sí los del bando nacional, donde la policía franquista apresó a más de 4000 personas, en su mayoría soldados republicanos y gente que eran afines a la II República, llegando muchos de ellos a suicidarse, antes que entregarse, ya que sabían lo que les esperaba.

Al enterarse su íntimo amigo J. M. de Cossío, que M. Hernández estaba preso, le hace al creador de el libro de versos “El hombre acecha”, el mayor favor de su vida, ya que intenta por todos los medios posibles, sacarlo de la cárcel, tras ser encarcelado en España, en varias prisiones: Madrid, Toledo, Huelva, Sevilla, Palencia, Orihuela, Albacete, Ocaña y Alicante, donde vuelve a coincidir con el dramaturgo Buero Vallejo, que, anteriormente, habían compartido celda en la prisión madrileña de Conde de Toreno, donde Buero, autor de la obra de teatro “Historia de una escalera” (Premio Lope de Vega), que entonces era estudiante de Bellas Artes, dado que era un soberbio dibujante, le hizo a lápiz el famoso y magnífico retrato del poeta, que se ha reproducido miles de veces y cuya dedicatoria dice: “Para Miguel Hernández, en recuerdo de nuestra amistad de la cárcel, 20-I-XI,” junto a la firma del autor.

En marzo de 1940 Miguel Hernández fue juzgado, en “Juicio Sumarísimo”, por “Adhesión a la Rebelión” y condenado a pena de muerte- algo muy frecuente que hacía el gobierno franquista por muchos menos motivos, “ya que los juicios duraban minutos y estaban compuestos por militares y jueces afines al régimen franquista, incluido el defensor, que era otro militar al que no se le pedía una formación jurídica y debía subordinación al Presidente del Tribunal, que también era militar”-, pero, en el caso del poeta murciano, fue una condena esperada, ya que tenía unos antecedentes imperdonables para el gobierno que dirigía con mano de hierro, Franco: Afiliado al Partido Comunista Español, Comisario Político y Cultural, Director del rotativo republicano: “Altavoz del Frente” y autor de escribir y publicar textos en revistas y periódicos de izquierdas, que ofendían… a el bando nacional, etc, lo que preocupó y asustó mucho a su amigo Cossío, hasta el extremo de que, como tenía muy buenos amigos en el gobierno de la dictadura franquista, llegó a contactar con un alto cargo militar, el general Valera, Ministro del Ejército y hombre de confianza de Franco, que, junto al apoyo de su antiguo amigo y vicario general de la diócesis de Orihuela, Luis Almarcha, ayudados… por los escritores falangistas colegas del poeta, Rafael Sánchez Mazas y Dionisio Ridruejo, también próximos al “Caudillo”, consiguieron que se le conmutara la pena de muerte por 30 años de cárcel, pero que resultó igual que si lo hubieran condenado a la pena capital, ya que lo dejaron morir en la enfermería de la cárcel de Alicante, dado que había una ordenanza general franquista, en la que decía: “Que a los presos republicanos se les dejara morir si estaban enfermos”.

Hay que reconocer también que parte de la culpa de que muriera abandonado en la cárcel, M. Hernández, en la que no recibía ningún tipo de asistencia médica especial, la tuvo el propio poeta, ya que hizo caso omiso a las súplicas de su esposa y sus viejos amigos Cossío y Almarcha, que le aconsejaban y le pedían por favor, que se retractara públicamente de sus ideas comunistas y antirreligiosas, y aceptara el nuevo régimen de Franco, el “Glorioso Movimiento Nacional”, como hicieron tantos otros republicanos para poder salvar su vida, pero Miguel era un hombre íntegro y de una gran personalidad y dignidad moral, que se afirmaba cada día más en sus ideales, lo que ocasionó, que se alejara más su amistad con Cossío y, especialmente, el canónigo Luis Almarcha, que eran los dos amigos que más podían ayudarle para que lo enviaran al Hospital de Valencia, donde sí hubiera estado bien atendido por los doctores, que, quizás, podrían haberle salvado la vida, pero la obstinación del vate en negarse a aceptar el nuevo régimen del “Caudillo”, hizo que la tuberculosis que padecía estuviera muy avanzada y no dio tiempo a enviarlo al sanatorio valenciano de tuberculosos de Porta Coeli, algo que, seguramente, no hubiese ocurrido, si hubiera renegado de sus ideales comunistas, como le pedía a cambio el clérigo amigo… Almarcha, si quería que le ayudara a salir de la enfermería de la Cárcel de Alicante y enviarlo al citado sanatorio de tuberculosos, pero lo único que consiguieron de MH, fue, que se casara por la Iglesia Católica con Josefina Manresa, “en un rito similar al de in artículo mortis”, dada la gravedad del poeta, el 4 de marzo de 1942, en la enfermería de la cárcel de Alicante, ya que así, podría favorecer y no dejar desamparados a su esposa e hijo, dado que, después de la Guerra, el matrimonio civil, que es el que habían contraído anteriormente, no te tenía ninguna validez, porque que el gobierno franquista lo anuló, pero el eminente y ya agonizante juglar, siguió negándose a ningún tipo de concesión que le pedían sus familiares y amigos, siendo el principal responsable del final de el autor de “Vientos del Pueblo”, el canónigo y político franquista, Almarcha, que tenía muy buenas relaciones con Franco, baste decir, que el propio “Caudillo” lo nombró Procurador en Cortes durante la primera legislatura de la Cortes Españolas (1943-1946), y, posteriormente, Miembro del Consejo del Reino, que, además, desde 1944, fue designado por el Papa Pío XII, Obispo de León, entre otros muchos cargos de gran importancia que tuvo durante la dictadura franquista y hasta su muerte, en 1970.

Lo cierto y verdad, es que el doctor en Derecho Canónico, Luis Almarcha Hernández, que tanto poder tenía, pidió el traslado de Miguel Hernández al Hospital de tuberculosos valenciano, después que el poeta permitiera contraer matrimonio canónigo por la Iglesia Católica, pero dicho permiso, que concedió el Ministerio de Justicia, llegó días más tarde, el 21 de marzo, 7 días antes de su muerte, cuando el poeta estaba agonizando y nada se podía hacer ya por él. Según su viuda, amigos más íntimos y familiares cercanos, incluso estudiosos de la obra de Hernández, han afirmado, que el responsable del sufrimiento, abandono y muerte del poeta, fue Almarcha, ya que, si hubiera solicitado mucho antes el traslado de la cárcel de Alicante al Hospital valenciano, especializado en tuberculosis, Miguel se hubiera salvado. También hay otros investigadores y estudiosos de la vida y la obra del autor del texto teatral “Hijos de la Piedra”, entre otras, que dicen: “Que Almarcha, hizo lo que pudo”, opinión, que no comparte José Luis Ferris, el mejor investigador, estudioso y biógrafo de M. Hernández.

Miguel Hernández falleció de tuberculosis el 28 de marzo de 1942, cuando tenía 31 años y era un gran poeta y dramaturgo, que ya había publicado cinco libros de poesía y otras cinco obras de teatro, que habían tenido especial relevancia en la literatura española, pero que era extremadamente pobre, baste decir que el entierro se lo pagaron algunos paisanos y amigos, como el arquitecto y pintor Miguel Abad Miró, que pagó la placa de mármol blanco que cerraba el nicho número 1009 del cementerio de “Nuestra Señora de los Remedios”, de Alicante, donde lo sepultaron el 30 de marzo. Eusebio Belda, viejo amigo del poeta y administrador del semanario “El Pueblo de Orihuela” -en el que había colaborado MH en sus primeros tiempos de escritor-, entregó 1.000 pesetas a Vicente Hernández, hermano de Miguel, dinero que se utilizó para abonar los gastos del entierro y el alquiler de dicho nicho durante unos años. El ataúd, que contenía el cuerpo del “Poeta del Pueblo”, lo costearon algunos de sus amigos, entre otros: Abad, Fuente… En 1952 cumplió el plazo para la compra del nicho que contenía los restos del poeta, que de no desembolsar el impuesto correspondiente, sus huesos irían a una fosa común, lo que motivó una colecta entre sus amigos y admiradores, que abonaron las 2.042 pesetas que costaba, y, entre sus suscriptores estaban: el poeta Gabriel Celaya, Vicente Ramos, paisano y amigo de juventud de MH y María de Gracia Ifasch, una de las primeras estudiosas de su obra, en unos años en los que el nombre y la obra de Miguel Hernández no podía pronunciarse, ya que el franquismo lo silenció y anuló totalmente, como hizo con tantos otros artífices de izquierdas: socialistas, comunistas, anarquistas… que no eran “adeptos al régimen”.Posteriormente, en 1984, sus restos fueron exhumados, debido a la muerte de su hijo Manuel Miguel Hernández Manresa. En diciembre de 1986, el cadáver del poeta y de su hijo, que estaban enterrados juntos, fueron trasladados a un terreno cedido por el Ayuntamiento de Alicante, ubicado en el mismo cementerio, donde fueron sepultados en 1987, junto a la esposa del desdichado poeta, Josefina Manresa, que acababa de fallecer.

El mito de “poeta cabrero, autodidacta y pobre”

J. M. de Cossío, que tantos favores hizo a Miguel Hernández, también gustaba de ayudar a los jóvenes torerillos, que soñaban con ser figuras del toreo, lo que ocasionaba, que las malas lenguas dijeran maliciosamente de él: “Que le gustaban más los toreros, que los toros”, lo que no es óbice para reconocer que fue uno de los pocos amigos escritores y protectores de Hernández, junto a Pablo Neruda, que tanto le ayudó también, y que alquiló el barco “Winnifed”, en el que se llevó al exilio en Chile a más de 2.000 republicanos, entre los que encontraba el reconocido pintor Pablo Picasso. Otro de los buenos amigos de Miguel fue Manuel Altolaguirre, que le ofreció trabajo en su conocida imprenta y la dirección de una de las revistas literarias que publicaban en la citada imprenta. Pero, el verdadero amigo del poeta de Orihuela era Vicente Aleixandre, que le apoyó económicamente y literariamente en vida, y tras su muerte continuó enviando dinero y aconsejando literariamente a Josefa Manresa, viuda del poeta, que era una mujer muy buena, que se dedicaba a coser para la calle: “Costurera”, y era casi analfabeta, que guardó y conservó toda la documentación de su marido en un saco que enterró en el huerto, dado que su casa sufrió continuos registros de la policía franquista durante muchos años, como tantas otras viviendas de familias de “rojos”, particularmente si habían sido personajes de izquierdas destacados durante la Guerra. Posteriormente, cuando volvió la democracia a España, desenterró el saco y guardó todo lo que tenía de Miguel: primeras ediciones de sus libros, textos inéditos, correspondencia, libros dedicados por sus autores, fotos, objetos personales del poeta…, en un viejo baúl heredado de su madre, documentación valiosísima de valor incalculable que, actualmente, tiene depositada la “Fundación-Museo Miguel Hernández/Josefina Manresa”, situada en Quesada (Jaén), pueblo natal de Josefina, la compañera del poeta, donde se conserva todo el legado del escritor oriolano, que lo constituyen 5.600 elementos: 950 manuscritos; 1.750 cartas; 150 libros; 170 fotografías; 30 objetos personales; 150 cuadros; 50 discos; 1.500 artículos de prensa; 17 partituras, entre otros documentos, incluidas las traducciones que de la obra de M. Hernández se han hecho al italiano, inglés, francés, checo, alemán…, material que dicha Fundación ha digitalizado y se puede ver y leer en su página de Internet y en citado Museo-Fundación.

Pero Josefina, la viuda del poeta, no era una mujer que conociera el mundo literario, que no sabía qué hacer con la obra poética y teatral de su cónyuge, el genial Miguel Hernández, vate al que no apreciaban ni valoraban su obra todos los poetas de la generación del 27, particularmente Lorca, Alberti y Cernuda, que sentían repulsión por el “poeta cabrero”, hasta el extremo de que Vicente Aleixandre contó, entre lágrimas, una anécdota de Lorca, que le espetó un día que iba a ir a leer unos poemas nuevos a la vivienda de Aleixandre, donde estaba MH: “Si está Miguel Hernández sabes que no voy a ir a tu casa, si quieres que vaya, pues tendrás que echarlo”, lo que demuestra la antipatía que el granadino sentía por el oriolano, que, según uno de los mejores estudiosos de su vida y obra, José Luis Ferris, autor de la imprescindible biografía: “Miguel Hernández: Pasión, cárcel y muerte de un poeta”, no era MH tan pobre en su infancia como se ha dicho hasta el hartazgo, ya que su padre se dedicaba a la cría de ganado caprino propio y a los tratos de compra y venta de dichos animales, que enviaba por ferrocarril a un hermano suyo que residía en Barcelona, donde se encargaba de comercializarlos, repartiéndose los beneficios los dos hermanos.

Lo que sí era cierto es que era una familia muy austera, como la mayoría de las de aquella época, donde el problema principal era poder comer todos los días, ya que, ni trabajando de sol a sol, los campesinos y obreros, en general, no podían alimentarse dignamente, dado lo bajo de los sueldos, hasta que llegó el gobierno de la República, que fue la que subió los salarios y protegió más a la clase obrera, dado que, en aquellos tiempos, apenas existía clase media, ya que la sociedad española se dividía en dos clases: ricos muy acaudalados o gentes muy pobres, que no podían ni comer, hasta el extremo, que mi madre me contaba, que antes de la República, recordaba ver a hombres y mujeres jóvenes, que no tenían trabajo e iban con una lata vacía pidiendo las sobras de las comidas, en las casas de los ricachones, dado que no existía ningún tipo de auxilio y protección para los obreros y gente pobre, si no tenían con lo que ganarse el pan de cada día.

Tampoco, según el creador de la citada biografía, era M. Hernández tan autodidacta como se ha repetidos cientos de veces, dado que cursó estudios primarios durante ocho años, entre el colegio “Nuestra Señora de Montserrat” y las “Escuelas del Amor de Dios”, donde estudiaba con mucho interés asignaturas como: Gramática, Aritmética, Geografía, Historia, Religión, entre otras, siendo un alumno brillante, destacando en Gramática y Religión, estudios que, durante tanto tiempo, eran poco habituales que realizaran los hijos de las familias de obreros y gente pobre, en aquella época, en una España analfabeta, en su inmensa mayoría, que llegaba al 70%, dado que solamente podían cursar bachiller y estudios superiores los hijos de las familias más adineradas, ya que los vástagos de las familias humildes tenían que comenzar a trabajar siendo casi niños, dado que tenían que ayudar a la economía familiar.

También, durante un tiempo, el poeta trabajó de mecanógrafo en la notaría de don Luis Meneses, lo que demuestra que no era un pastor iletrado, ya que escribía correctamente y sin faltas de ortografía. Asimismo, sabía traducir latín y leer en francés, especialmente a su admirado Verlaine, lo que indica claramente que tenía una cultura general y libresca bastante buena para la época, algo que no poseen muchos de los que han pasado por la Universidad, pero la Universidad no ha pasado por ellos, como decía un compañero mío de aula, cuando cursábamos estudios en la Universidad Nacional a Distancia, en su sede “Lorenzo Luzuriaga”, en Valdepeñas, mi ciudad natal.

En 1923 comenzó M. Hernández el bachillerato en el colegio “Santo Domingo”, en Orihuela, regentado por los Jesuitas que, como vieron que era muy inteligente, le propusieron una beca con la que continuar sus estudios, que el padre rechazó rotundamente, dado que Miguel y su antecesor no habían tenido buenas relaciones nunca, porque no quería y le avergonzaba tener un hijo poeta, hasta el extremo de que le prohibió leer libros, no le ayudó económicamente ni moralmente, nunca fue a visitarlo a la cárcel, y el día que murió el poeta, dijo: “Él se lo ha buscado”. En 1925 abandonó el adolescente MH los estudios de bachiller por orden paterna para dedicarse exclusivamente al pastoreo, que realizó durante cinco años, hasta marcharse a Madrid, pero Miguel seguía leyendo con avidez los volúmenes de la biblioteca municipal y los que les prestaban amigos que tenían buenas bibliotecas.

En fin, amigos lectores, que Miguel Hernández no era un escritor casi analfabeto, ni el “poeta cabrero” como tantas veces se ha escrito, lo único verdadero es que no tenía un título universitario, que no es necesario para ser, como fue, uno de los grandes poetas de la generación del 36, aunque mantuvo una mayor proximidad con los componentes de la del 27, si tenemos en cuenta que fue definido y considerado por Dámaso Alonso, como: “Genial epígono de la generación del 27”.

Y pongo punto final a mi artículo con un magnífico texto que, tras la muerte de M. Hernández, escribió su amigo el excelso poeta Pablo Neruda (Premio Nobel de Literatura): “Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo releven, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!”.

Nadie mejor que su amigo Neruda -del que el también Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez-, dijo:” Es el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”-, podía redactar un texto más hermoso sobre su fraternal colega el poeta Miguel Hernández, que fue un mártir de la cruel represión de la dictadura franquista, como otros muchos republicanos o gentes que votaban a la izquierda, pero que no quemaron conventos, ni iglesias, ni catedrales, ni tenían “las manos manchadas de sangre”, ya que no asesinaron a curas, monjas, frailes, obispos, terratenientes, empresarios, señoritos… y personas que eran de derechas o católicas, como sí, hay que reconocer, que hicieron otros fanáticos republicanos, tras el golpe de Estado de Francisco Franco, que fue el causante del mayor desastre que ha sufrido España: Una Guerra Incivil, entre hermanos, que, en muchas ocasiones, especialmente en los pueblos y ciudades pequeñas, fue un ajuste de cuentas: venganzas, rencores, envidias…, como muchas veces me comentaron familiares y amigos que la vivieron y la sufrieron, ya que los vencedores de la cainita Guerra Española, no respetaron las palabras de don Manuel Azaña: Paz, piedad y perdón.

www.joaquinbrotons.


Miguel Hernández


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