Por Pedro Taracena
JORDI PUJOL
La palabra cacique había caído en desuso
desde los tiempos del franquismo, cuando se estrenó la obra de Los
Caciques de Carlos Arniches. Consultando la Real Academia Española, resulta que solamente en la cuarta acepción se atribuye el nombre de cacica a la mujer del cacique.
El señor de vasallos en alguna provincia o pueblo de indios
en particular. Persona que en una colectividad o grupo en general que ejerce un
poder abusivo. O bien personaje que en un pueblo o comarca ejerce excesiva influencia
en asuntos políticos, todos ellos,
obedecen a este epíteto de alto significado
peyorativo. En la actualidad las cacicas brillan con luz propia y no heredan el
nombre de su cónyuge. Existen mujeres
que han sido acreedoras de este título por méritos propios.
Dentro de lo que venimos denominando La
Casta, hay variantes de muy diversa maldad y con argucias y artimañas diversas: Políticos y sindicalistas corruptos. Empresarios en connivencia con cargos
públicos. Alcaldes y Presidentes de Comunidad o de
Diputación, que han sembrado nuestro país de la indecencia e inmoralidad más perversa. Ellos solos no lo podían haber hecho, han necesitado la complicidad de
quienes debían verificar o
controlar y no lo han hecho. O también el resto de políticos que han mirado hacia otro lado. Y sobre todo
con la perversa complicidad de los ciudadanos que les han votado. Cuando la ideología puede más que la decencia, las acciones criminales han sido validadas por los
votos. En estos días se yergue con
todo esplendor un gran cacique, hasta ahora molt
honrable senyor, que ha resultado ser el patriarca de un clan con tintes
mafiosos y de manifiesto nepotismo. Pero no seré yo quien ponga nombre y
apellido a los caciques y cacicas que en España han sido. Ya que la prensa
que ha servido y sirve a La Casta, se ha cuidado de no sacar a la luz la estafa
cometida contra los ciudadanos. Es verdad que otra prensa sí ha sacado a la luz estos y otros desmanes. La putrefacción del sistema ha llegado a tal nivel que nadie puede tirar la primera
piedra. La dimisión no se conoce y tampoco
se la espera. El cinismo y la hipocresía reinan por doquier. ¡Que nadie se inquiete porque son asuntos
privados y todo queda en familia!
No hay comentarios:
Publicar un comentario