Por Pedro Taracena Gil
En 1975 el dictador Franco destruyo en 1936 el estado de derecho, hizo desaparecer la República legítimamente
construida, sumió España en un enfrentamiento fratricida e implantó como botín de
guerra una sangrienta dictadura.
Cuando el deseado óbito por
unos y llorado por otros se produjo, comenzó un inevitable cambio en la
historia de los españoles. Los franquistas habían sido protagonistas durante
demasiados años de un régimen despótico y tiránico y no estaban dispuestos a
entregar la más mínima parcela de poder a los que consideraban los hermanos
bastardos. La palabra hermanos es de mi cosecha personal. Los vencidos fueron
sus víctimas y nunca les llamaron hermanos: Fueron rojos, comunistas, masones, judíos,
ateos y un sinfín de epítetos. Aunque con esos insultos estaban nominando a
intelectuales, científicos, maestros, escritores, poetas, demócratas y también algún
clérigo republicano. Por supuesto de ambos sexos.
Con Los Pactos de la Moncloa de 1977 consiguieron reconducir la
economía entre los incipientes sindicatos, los partidos políticos legalizados y
el Gobierno, firmando unos acuerdos pragmáticos al margen de ideologías políticas
largos años enfrentadas Fue un éxito constatado y asumido por todos. Se
constituyó en piedra angular de nuestra incipiente democracia. Pero en el campo
político quedaba todo por hacer. Había que homologar una dictadura que duraba
cuatro décadas, con una democracia moderna. Una democracia acorde con la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, establecida en 1948 por la Organización de
Naciones Unidas.
Después de un intento de
perpetuar el franquismo incólume y seguir gobernando con los Principios de
Movimiento Nacional, fracasó el primero gobierno de la monarquía, y fue el
segundo intento quien llevó a las cortes franquistas a aceptar una reforma que
les obligaba al suicidio político, que no a la desaparición del franquismo en
sus vertientes: Nacionalcatolicismo y nacionalsindicalismo. La Ley de Reforma
Política estableció la creación de dos cámaras, Congreso y Senado, donde los
diputados elegirían al futuro Gobierno. Sólo en apariencia se había conseguido
volver al Estado de Derecho. La separación de poderes seguía siendo una
quimera, aunque los políticos franquistas que propiciaron esta reforma,
pretendían decididamente seguir gobernando bajo la sombra de los Principios del Movimiento
Nacional y Las Leyes Fundamentales. Es decir con la herencia de la estructura
franquista, sin el más mínimo atisbo democrático.
Esta reforma fue el primer
intento de llegar a un acuerdo para sacar a España del ostracismo político
mundial… Pero no fue posible porque la presión de los partidos que abandonaron la
clandestinidad y los venidos del exilio, provocaron un periodo constituyente
inevitablemente. Así se consensuó La
Constitución Española de 1978. Sería el segundo gran pacto, donde se acuñó
la palabra consenso. Es decir, acuerdo producido por consentimiento entre
todos los miembros de un grupo o entre varios grupos. La Carta Magna fue un
hito histórico que reinstauró el Estado de Derecho, quebrado por Franco al
masacrar a la República España.
Pero falta por considerar el
tercer pacto, consensuado pero no ratificado por escrito, implícito sin ninguna
explicación que lo justificara. Este pacto no es otro que el Pacto de la Transición. Es decir,
evolución y transito de la dictadura a la democracia sin pedir cuentas del
pasado. El franquismo con sus crímenes y la Memoria Histórica de la represión
quedaban en el olvido. El pacto constitucional con sus omisiones escritas de
condena al régimen franquista, amordazaba in
eternum a ciudadanos que fueron víctimas o resistentes al déspota. Todo
ello en aras de que lo que sucedió en España fue una transición y no una
ruptura. Con este subterfugio quedó impune un genocidio en aras de evitar una
involución, que tampoco se evitó en 1981. Este pacto tan alabado por propios y extraños es el origen de que los franquistas sigan como si Franco no hubiera
muerto. El régimen franquista es una etapa de la historia que hay que olvidar,
aunque la reconciliación entres los españoles siga pendiente y la alianza trono
altar y el maridaje Iglesia Estado gocen de buena salud. Ha sido tan fuerte la
presencia franquista en la vida política de España, que a pesar de que los avances
en derechos constitucionales han sido patentes, siempre que los franquistas han
tenido la oportunidad, han hecho prevalecer la ideología de su fundador. En
estos días los franquistas se nutren de la nodriza FAES, una única forma de pensar
España, y la oposición mayoritaria sigue amordazada por el consenso de la Santa
Transición. Agravado todo por la corrupción que no respeta ni a unos ni a
otros. De los tres acuerdos, a pesar de que es el pacto constitucional el que trajo
el Estado de Derecho, es el que menos se cumple. Basta con leer la Constitución
Española de 1978 para salir de dudas.
Fotos de Pedro Taracena Gil
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