Por Hipólito del Infantado
Foto: Internet. Rafael Sanz Lobato
Cada paso que dan Rajoy y el Partido
Popular, se alejan más de la
democracia y se acercan a su estado natural que es la dictadura. En este baile
danzan al mismo compás: la casi
totalidad de los medios de comunicación, la Iglesia y las organizaciones religiosas encabezadas por el Opus
Dei, los empresarios liderados por el IBEX 35 y los caciques del siglo XIX con
vocación de perpetuarse en la historia. La clase política en general ha cometido demasiados errores, sobre
todo aquellos que han tenido en sus manos alguna cota de poder, motivo sobrado
por el cual la sociedad les da la espalda y no esperan nada de ellos. El pueblo
vaga a la deriva como ovejas sin pastor al margen de aprisco.
Los legítimos herederos del franquismo no disimulan ni un ápice, que están muy orgullosos de su filiación a la dictadura. Hasta hace dos años han guardado las formas pero ahora los hechos constatan que el
franquismo goza de buena salud y tenemos un gobierno dictatorial sin Franco y
encubierto bajo la apariencia constitucional. “Por sus hechos los conoceréis”,
ninguna ley propiciada por el Partido Popular en sus legislaturas, ha
desarrollado derechos constitucionales. Sin embrago, sí, ha torpedeado el desarrollo de los derechos de los
españoles hasta fosilizar la Constitución, al mismo tiempo que se erige en defensor del
Estado de Derecho y los Derechos Constitucionales. Aunque sean conscientes de
que violando la Constitución, se colocan en
contra de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos y de todas las convenciones que el Estado haya firmado.
Además como la gran parte de la judicatura, incluyendo el
Tribunal Constitucional, tiene la misma sensibilidad franquista, sobre todo en
su vertiente del nacionalcatolicismo, sólo podremos ser librados de esta perversión, por algunos jueces salvados de las purgas
nacionales, sin acudir a instancias europeas para nuestro sonrojo y vergüenza.
LAS MARCHAS DE LA DIGNIDAD llegan a
Madrid cargadas de razón. Este gobierno
nos ha machacado la dignidad con sorna, revancha, chulería, desprecio e ignominia, (afrenta pública), por si alguien desea consultar el diccionario
de la RAE, éste y el resto de vocablos. Por mucho que los medios quieran
desviar la atención hacia otros
asuntos que disipen la realidad de hoy, la presencia de los miserables
reclamando la dignidad criminalmente usurpada, es muy potente… Les acompañan las plagas provocadas por la U.E. y sus lacayos.
Las plagas no se disipan con antidisturbios, por mucho que fanfarronee y evoque
el cumplimiento de la ley la delegada del gobierno de Madrid, cuyo nombre no se
merece que mencione. El Gobierno es reo de culpa como consecuencia de su
conducta llena de “acciones indebidas o reprensibles” contra el pueblo y al
servicio del poder tirano. Este entrecomillado es lo que la RAE define como
¡crimen! Curioso ¿verdad?
El pueblo está en la calle para recuperar la dignidad arrebatada
por la tiranía del poder económico, que sólo rinde culto al Becerro de Oro que enriquece a unos pocos y empobrece, hiere y mata a la sociedad. Y la
mano ejecutora es Rajoy y sus secuaces. Secuaz se le denomina a quien sigue el
partido, doctrina u opinión de otro. Los
enfermos condenados a muerte por los recortes económicos, no se resuelven con la fuerza pública. La desnutrición de los niños y el hambre
del indigente tampoco se soluciona negando cobijo, el pan y el agua a los
caminantes de la dignidad. Las amenazas
y el miedo no evitarán la denuncia
permanente de sus abusos de poder.
Es verdad, que al margen de LAS MARCHAS
DE LA DIGNIDAD que han marcado un hito en la historia de las reivindicaciones
en España, un minúsculo aunque execrable y despreciable grupo de terroristas, han
tratado que no conseguido, reventar la masiva y pacífica concentración popular. Mi apoyo a los policías heridos y mi repulsa a los
salvajes atentados contra personas, edificios y mobiliario urbano. No obstante,
denuncio la pretendida equidistancia que ha mantenido la señora delegada del gobierno, entre los manifestantes y
sus policías. Parece que
los policías debían de defenderse de la masa que se manifestaba. Ninguna
sensibilidad hacia sus demandas al margen del reconocimiento, faltaría más, del derecho de
manifestación. Sus mensajes
eran amenazantes. Los llegados a la capital después de cientos de kilómetros debían esfumarse y desaparecer para cumplir la imposición de no acampar para no invadir el terreno de los demás. Me niego a
dedicarle ni una palabra más a este episodio
al final de la jornada, de esto se ocupan
los voceros, que son muchos, muy bien pagados al servicio del poder popular,
que no el poder del pueblo.
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