Por Isidoro Gracia
Exdiputado
Fuente: Facebook
Mucho antes de que se impusiera el
concepto de globalización, Ortega y Gasset, ya sostenía que el
gigantesco proceso de unificación estaba en su término, y que existía un influjo
autoritario ejercido en todo el mundo.
En los comienzos del siglo XX, Ortega y
Gasset acertó en muchas de sus previsiones respecto al futuro, o en los fundamentos
en que se basaba el poder real, y también como se ejercía ese influjo
autoritario, manteniendo que el uso del mando se sostenía siempre en el
apoyo recibido desde la opinión pública, o casi siempre, ya que
admitía como posibles otros componentes. Pero no fue capaz de adivinar la
capacidad de conducir a esa opinión pública, incluso en
dirección absolutamente contraria a los intereses de la mayoría, mediante
medios solo al alcance de unos pocos, con las notables excepciones que
representan algunos iluminados al inicio del camino de sus experiencias
seudo-religiosas o sociológicas. Como consecuencia situaba el poder saliendo de
Europa hacia USA y la mayor concentración del ejercicio del mismo en los
gobiernos.
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Hoy, bien avanzado el siglo XXI, a la
propiedad de los medios de producción, señal de identidad
que en los programas máximos socialistas señalaba a quien se
apropiaba del trabajo de otros, y a cuyos intereses servían gobiernos y
partidos burgueses, habría que sumar un especial apartado con los que son
propietarios de todos los medios que generan opinión pública. Cierto es
que las nuevas tecnologías han abierto brechas, que los defensores de los que
se consideran dueños del mundo intentan controlar, afortunadamente no
siempre con éxito. Respecto a los medios históricos tradicionales:
la fuerza, la religión o el control del comercio, hace tiempo que son
meros instrumentos, y no fuente, del mencionado influjo autoritario.
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El resultado es que los ciudadanos que se
creen libres, por vivir en democracias, y en consecuencia dueños de la riqueza
que generan con su trabajo, son poco conscientes de que todas las democracias
son imperfectas y están demasiado condicionadas por las decisiones que
toman unas pocas grandes fortunas y especuladores, que ejercen de amos
inmisericordes, mediante dirigentes interpuestos, más dependientes de
los medios que les permiten su elección, todos aquellos que generan
opinión, que de sus programas políticos y no digamos ya de la
ideología, hoy sustituida por la “eficacia” y “el mercado”.
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Las excepciones, en ausencia de
democracia, dirigentes de algunos estados, incluso tan inmensos como China o
Indonesia, concentran en sí mismos en control de todos los
instrumentos. El conjunto del mando hoy se define como principio de
multilateralidad, pero no deja de ser el influjo autoritario de unos pocos, muy
pocos, sobre la inmensa mayoría y, en su mayor parte, no está residenciada en
los gobiernos y parlamentos.
Para cambiar esto hacen falta un par de
cosas, según Mao: “los oprimidos no deben confiar su liberación en la sensatez
de los opresores”, y, “deben unirse y perseverar en la lucha”. No
parece que los ciudadanos de a píe estemos en proceso de unión y lucha, y
confiar en la sensatez de quienes nos exprimen, en su beneficio, como dice en cómico: “es tontería”.
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