Por Pedro Taracena Gil
Al mismo tiempo que en el Congreso de los Diputados se exige a los parlamentarios electos que admitan y reconozcan la Constitución de 1978, un sector muy importante del Parlamento se niega a reconocer el régimen legítimo de la República de 1931. Mientras a los parlamentarios elegidos integrantes de la llamada izquierda abertzale, se les exige condenar expresamente el terrorismo de ETA, gran parte de la derecha nacional, se resiste a condenar los crímenes del franquismo. Resulta igualmente paradójico que la dictadura resultante de la Guerra Civil, haya quedado impune del genocidio cometido, sólo porque se haya consensuado un nuevo orden constitucional. Quizás una de las grandes contradicciones de nuestro país sea que, el dictador que derrocó la República; provocando el enfrentamiento fratricida, se adjudicó el poder de hacedor de reyes, y estableció la instauración que no la restauración de la monarquía, en la persona del nieto del anterior rey, Alfonso XIII. La paradoja se consuma cuando Don Juan de Borbón, hijo de éste apoyó el golpe de estado del general Franco, con la esperanza de recuperar el trono perdido por la proclamación de la República. Si abundamos en detalles, una vez fallecido el dictador, es coronado rey de España Juan Carlos I, y más tarde su padre Don Juan, renuncia a sus derechos dinásticos, sin que ambos, ni el padre ni el hijo, condenaran al franquismo. Estas paradojas han engendrado otras más sutiles aunque igual de graves y escandalosas. La mal llamada modélica Transición albergó todas estas contradicciones en un marco legal a través de una equidistancia perversa, que a su vez es una mordaza paradójica. Los vencedores del golpe de estado que derribaron la República, después de una guerra civil implantaron la dictadura del nacionalcatolicismo y nacionalsindicalismo. El pacto constitucional les coloca en el mismo nivel que aquellos que defendieron la República del asalto del general Franco durante la guerra, y sufrieron el exterminio planificado desde el 17 de julio de 1936 hasta la muerte del sátrapa el 20 de noviembre de 1975. Esta equidistaría es una de las grandes paradojas de nuestra reciente historia. Los vencidos forzados a ser desiguales en la Memoria Histórica. Situados ya en democracia, las paradojas siguen. Una rama del fascismo español de los años treinta cómplice del franquismo, ha tenido a bien denunciar a un juez porque ha creído justo investigar los crímenes del franquismo, que a vista de cualquiera han quedado impunes. Y paradoja de la vida, el Tribunal Supremo ha tenido a bien procesarle sobre estas acusaciones, aunque no admitidas por el fiscal, nada más y nada menos que por prevaricador. Mientras esto ocurre fuerzas políticas de signo inequívoco de derechas, se niegan a cumplir la Ley de Memoria Histórica. No podemos olvidar las paradojas que se producen en las relaciones Iglesia Estado. España constitucionalmente aconfesional, subvenciona a la Iglesia mediante uno acuerdo entre la Santa Sede y el Reino de España, claramente pre constitucional. Podemos añadir en este terreno otra contradicción más. España como así decimos más arriba, declara nuestra Constitución como un estado aconfesional, pero el Estado con los impuestos de todos, subvenciona las clases de religión católica que se imparten dentro de la escuela pública. Y la paradoja se manifiesta cuando, el profesorado es elegido por el episcopado y se permiten despedir a todo docente que no se ajuste a sus exigencias eclesiásticas. Al margen del Estatuto del Trabajador. La paradoja se perpetúa con gobiernos de todo signo. Estas contradicciones cobijadas dentro de la legalidad vigente, muestran una situación anecdóticamente normal, aunque las heridas de estas situaciones ilegales, ilegítimas, inmorales y genocidas, están abiertas y no se cerrarán mientras no desaparezcan estas perversas paradojas. Mientras, como dice el clásico. “Algo huele a podrido en el reino de España”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario