Por Pedro Taracena
Sí, el aborto es sagrado
porque sagrados son los derechos humanos, por supuesto al margen de los dictados
de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana. Cuando las mujeres se encaraman
a las barandillas de los palcos de invitados del Congreso de los Diputados, no
son enviadas de ninguna clase sacerdotal; haciéndose portavoces de mensajes de
divinidad alguna. Es comprensible que el beatísimo ministro de Justicia se
escandalizara y repitiera con sorna burlona de farisea hipocresía: ¡El aborto
es sagrado…! Dando a entender que suponía una afrenta sacrílega hacia lo que
él, lejos de considerarlo sagrado, lo asume como un pecado moral, reato de
culpa, ante los tribunales de Dios, es decir ante los obispos españoles. La
maternidad es un derecho, no una obligación. Quien lo decide es la mujer no el
Estado y menos los obispos.
Tenía que saber este
protodiácono de sacristía, que el vocablo sagrado,
no es de uso exclusivo de los asuntos de la religión que profesa el Gobierno.
Que dicho de paso esta interpretación de lo sagrado no debía de tener ninguna
influencia en las leyes, al menos mientras los integrantes del Ejecutivo, hayan
jurado respetar y hacer respetar los valores constitucionales. Ellos saben que los Acuerdos con el Vaticano son
un apaño del franquismo con los obispos, que juntos implantaron el
nacionalcatolicismo, que aún perdura. Con la complicidad de todos los gobiernos
que en la etapa de la democracia hayan sido.
La frase elegida es muy
acertada porque el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo es digno de protección y de respeto.
Además ya está recogido en una ley que el legislador de forma aconfesional
resolvió. Por otro lado, otra acepción recibe el nombre de sagrado cuando los logros son
difíciles de alcanzar por medios humanos. Y por último el episodio
protagonizado por estas respetables mujeres en el Congreso de los Diputados, sin pretenderlo,
mostraban sus torsos desnudos acogiéndose a
sagrado, un refugio en la sede de la soberanía nacional, huyendo del
ministro inquisidor. La puesta en escena fue magistral, muy acertada la postura
de los diputados que aplaudieron y cínica e hipócrita la postura que por acción
u omisión condenaron el hecho.
El Gobierno neofranquista o
quizás sin el prefijo, nos tiene acostumbrados a defender el Congreso de
los Diputados con uñas y dientes;
persiguiendo las actitudes críticas con sus políticas criminales; fosilizando
la Constitución, mintiendo a los españoles y olvidándose de aquello de que: El espíritu vivifica pero la letra mata.
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