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lunes, 21 de octubre de 2013

¡EL ABORTO ES SAGRADO!

Por Pedro Taracena




Sí, el aborto es sagrado porque sagrados son los derechos humanos, por supuesto al margen de los dictados de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana. Cuando las mujeres se encaraman a las barandillas de los palcos de invitados del Congreso de los Diputados, no son enviadas de ninguna clase sacerdotal; haciéndose portavoces de mensajes de divinidad alguna. Es comprensible que el beatísimo ministro de Justicia se escandalizara y repitiera con sorna burlona de farisea hipocresía: ¡El aborto es sagrado…! Dando a entender que suponía una afrenta sacrílega hacia lo que él, lejos de considerarlo sagrado, lo asume como un pecado moral, reato de culpa, ante los tribunales de Dios, es decir ante los obispos españoles. La maternidad es un derecho, no una obligación. Quien lo decide es la mujer no el Estado y menos los obispos.
Tenía que saber este protodiácono de sacristía, que el vocablo sagrado, no es de uso exclusivo de los asuntos de la religión que profesa el Gobierno. Que dicho de paso esta interpretación de lo sagrado no debía de tener ninguna influencia en las leyes, al menos mientras los integrantes del Ejecutivo, hayan jurado respetar y hacer respetar los valores constitucionales. Ellos saben que los Acuerdos con el Vaticano son un apaño del franquismo con los obispos, que juntos implantaron el nacionalcatolicismo, que aún perdura. Con la complicidad de todos los gobiernos que en la etapa de la democracia hayan sido.
La frase elegida es muy acertada porque el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo es digno de protección y de respeto. Además ya está recogido en una ley que el legislador de forma aconfesional resolvió. Por otro lado, otra acepción recibe el nombre de sagrado cuando los logros son difíciles de alcanzar por medios humanos. Y por último el episodio protagonizado por estas respetables mujeres en el  Congreso de los Diputados, sin pretenderlo, mostraban sus torsos desnudos acogiéndose a sagrado, un refugio en la sede de la soberanía nacional, huyendo del ministro inquisidor. La puesta en escena fue magistral, muy acertada la postura de los diputados que aplaudieron y cínica e hipócrita la postura que por acción u omisión condenaron el hecho.
El Gobierno neofranquista o quizás sin el prefijo, nos tiene acostumbrados a defender el Congreso de los  Diputados con uñas y dientes; persiguiendo las actitudes críticas con sus políticas criminales; fosilizando la Constitución, mintiendo a los españoles y olvidándose de aquello de que: El espíritu vivifica pero la letra mata.


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