Por Pedro Taracena
La podredumbre crece por doquier en España. Aquello de
algo huele a podrido en el reino de Dinamarca, ya no tiene cabida en nuestro
reino, porque ese “algo” se ha convertido en la totalidad de las instituciones.
Sí, todas las instituciones y todos los servidores públicos por acción u omisión, han estado al
servicio de la opacidad y la corrupción. En los años de bonanza se
ha expoliado todo lo que fuera público para escarnio del pueblo. La
ingeniería legal está diseñada para que la presunción de inocencia se
alíe con la prescripción de los delitos y las causas judiciales
se eternicen por la intervención de los caciques. Los delincuentes de
guante blanco tardan más en ir a la cárcel. Y se está contemplando que
aunque haya jueces que su valentía les está llevando a
intentar salvar España, siempre hay alguna instancia que dilata los plazos
siempre a favor del que se cree que la cárcel es para los vasallos de baja
estirpe.
La Transición fue una farsa y
los que hicieron la transición y los que mirando a otro lado, les
seguimos y votamos, somos, queramos a no, La Casta. La Constitución Española ya no
responde a la España del siglo XXI. Fue dictada y tutelada por el franquismo que siempre tuvo vocación de perpetuarse.
La situación actual con
Cataluña y el País Vasco, históricamente reivindicativos, de su
emancipación de la madre patria, que más que madre ha demostrado ser
madrasta, está siendo gestionada por un Gobierno que reivindica cumplir la ley y la
Constitución, cuando el Partido Popular ha fosilizado la Carta Magna y el
inmovilismo parco, terco y torpe de Rajoy nos lleva al abismo del no y de la
nada. Con un panorama donde La Casta está en descomposición, el
bipartidismo ya ha hecho todo el mal de que era capaz en España, el movimiento
15-M se está materializando en opción política organizada y
la izquierda toma conciencia de que debe de abandonar su permanente pacto con
los franquistas, ha llegado la hora de abrir un espacio, sino constituyente, sí, para la
actualización de la Constitución. En el siglo XXI ya sin la amenaza del
franquismo de la transición, de los militares y los obispos, otro
escenario es posible. El inmovilismo interesado de los franquistas del Partido
Popular nos lleva a radicalizar las posturas y emponzoñar las diversas
crisis que atañen a España.
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