(Fe y razón)
Por Pedro Taracena
Antes de abordar este tema y plasmarlo en
un artículo, ha sido preciso conocer al menos el Preámbulo de la Ley Orgánica 2/2010 de 3 de marzo, de salud sexual y reproductora y de la
interrupción voluntario del
embarazo. El texto del Preámbulo es un canto
a la libertad, la igualdad y de respeto a las mujeres; reconociendo todos
sus derechos emanados de acuerdos
internacionales suscritos por el Reino de España en estos temas. España llega al
concierto de las naciones libres demócratas y aconfesionales, con la entrada en vigor del espíritu y la letra de la Constitución de 1978. Hasta ese momento y desde la victoria del
franquismo en la contienda fratricida en 1939, se había implantado una dictadura convirtiendo al Estado
español, en un estado confesional. Donde la ley civil y la
canónica se confundían en no pocas ocasiones. Las reminiscencias de esa perversa
injerencia de lo religioso en lo civil, tubo su estrategia con la firma del
Gobierno y la Santa Sede, a todas luces anticonstitucional, de los llamados
Acuerdos que no concordato; tratando de perpetuar el maridaje Iglesia–Estado y
la alianza trono-altar. La mencionada ley de marzo de 2010 es una ley civil que
reconoce derechos civiles y protege a las mujeres y a la procreación mediante asistencia médica y científica. Sin injerencia de ninguna moral religiosa.
Ninguna mujer está obligada a ser
madre sin su consentimiento, es un derecho no una obligación impuesta por los hombres y menos por el Estado.
El Partido Popular anclado en el
franquismo y en el estado confesional, con la complicidad de la Iglesia española, ha emprendido una “cruzada pro-vida” que pretende meter a las mujeres españolas por ley, en la caverna de la época más negra de la España del nacionalcatolicismo. Para ello utilizando la fe, no la razón, un embrión consideran que es un ser humano desde su concepción, y si se hace desaparecer es un homicidio. Al
margen del pensamiento de la comunidad científica. Este planteamiento es una especie de llamada divina que les hace
atropellar todos los derechos de la mujer para que sean madres por obligación, aunque alberguen en sus embarazos fetos que nada
tienen que ver con la vida humana normal. Esto es congruente con su teología porque es Dios quien lo quiere y prohíbe poner impedimentos para que el embrión consuma el disparate de materializar esas
malformaciones diagnosticadas por la ciencia. Los católicos aceptan estas barbaridades porque Dios lo
ordena y su clase sacerdotal se arroga la infalibilidad de estar en la verdad,
aunque espante a la razón humana. Acuden
a mi mente todas las fábulas con las
cuales me adoctrinaron de niño y siguen
adoctrinado, preñadas de
situaciones contra natura e incomprensibles reacciones divinas que no soportan
el más leve razonamiento. Pero este artículo obedece al uso de la razón y sirve para organizar la vida en sociedad como si
Dios no existiera. Los servidores públicos: el Rey, los jueces y magistrados, los diputados y el Gobierno,
que antepongan sus prejuicios religiosos a la legalidad internacional que está asistida por la
razón, la democracia y el derecho, deben dimitir de sus cargos políticos. Los
principios en los cuales se basa la ley actual son tan sólidos que
cualquier magistrado que la pretendiera declarar inconstitucional, tendría que acudir a
sus principios ajenos a las leyes civiles, es decir al Derecho aceptado por
nuestro entorno europeo. Los españoles no merecen el trato vejatorio
al cual le están sometiendo con toda evidencia, las políticas criminales
sin apelativos del Gobierno, como para conceder los derechos a embriones que se
niegan a los nacidos…
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