Por Pedro Taracena Gil
José Ignacio Wert, nuevo ministro de Educación y Cultura, es un camuflado activista de la ultraderecha nacional católica, bajo la máscara de seudo periodista tertuliano. Acudía a las tertulias bajo el subtítulo de sociólogo. En sus intervenciones siempre le acompañaba una sonrisa hueca. Con pronóstico reservado para el personaje de la farsa que representaba. Un sociólogo es un científico, un intelectual, que analiza la realidad social del momento con objetividad. Pero cuando comparecía en el plató de televisión, allí se comportaba como una persona que representaba a la derecha más casposa, aunque la caspa no procediera de su mata de pelo. Eso sí, con la mueca sonriente de creerse que estaba engañando al telespectador. Refugiado en el titulillo de docto en fenómenos sociales. Y sin embargo, su opinión era burda, vulgar y tendenciosa. Aunque su carta de presentación no estaba abalada por ningún medio en concreto, sus intervenciones le delataban como un franquista neto y nato, aunque no confeso. Pero una vez que Rajoy le ha pagado los servicios prestados nombrándole ministro, se presenta ante el Parlamento con la misma sonrisa, convencido de que sigue engañando a la ciudadanía. Aunque más distendido, a veces, el cinismo se le dispara en forma de risa, y hasta de carcajada, expresiones todas ellas reflejo del mismo sarcasmo. Es un personaje que sale tal cual es en las fotografías. Da la imagen de lo que es. Un cínico contumaz. No perteneciente a la escuela de Diógenes, filósofo clásico, sino cínico en el término correspondiente al román paladino. Cuando los nuevos ministros del clan Rajoy van desgranando sus doctrinas a la prensa o ante los diputados, debían de interpretar sus personajes sin la máscara. Fuera máscaras de constitucionalistas y demócratas. Su ideología y doctrina pertenece al genuino nacionalcatolicismo. Mientras los testigos víctimas del genocidio franquista, van declarando ante el Tribunal Supremo las secuencias del exterminio de la dictadura, vivo reflejo de la vertiente más sanguinaria del general Franco, los honorables ministros están mostrando la otra cara del franquismo, el nacionalcatolicismo. El Gobierno que soportamos, así como los parlamentarios que lo sustentan, quieren gobernar sin constitución. No se conforman con la Contrarreforma que hizo la España del siglo XVI, renunciando a la Europa de la razón y la libertad. Ahora el maridaje Iglesia Estado, perpetúa el pacto contra el progreso: Todas las trepanaciones que están haciendo con los derechos de los españoles lo hacen escribiendo al dictado de los obispos. Todo se centra en el sexo. El sexo para el PP es el colmo de la hipocresía. Los planteamientos de Wert para suprimir la Educación para la ciudadanía están dirigidos a una España que ya no existe. A los obispos y los del PP les molesta que los españoles seamos libre para practicar el sexo como queramos y con quien queramos. Que nos casemos con quien queramos, también, entre hombres o entre mujeres. Divorciarnos cuando acordemos y deseemos. Que controlemos la procreación como acordemos con nuestra pareja. Si sospechamos que puede haber fallado algo en la práctica coital, podamos evitar un embarazo no deseado. Y por último que la mujer tiene el derecho de decidir sobre su propio cuerpo. Los miembros del Gobierno son acólitos de la Iglesia. Tienen más de clérigos y seminaristas que de tecnócratas. Y por supuesto nada de políticos. Sólo las izquierdas minoritarias y el diario Público, parece que se hayan dado cuenta de esta situación. Pero los mismos que dieron el golpe contra la República, aquí los tenemos con manos forradas de piel de cordero. La Iglesia, el capital y la derecha más recalcitrante. Aquí tenemos las dos Españas: La que se desgarra contando a los jueces los crímenes cometidos contra los españoles, y los que quieren repetir y perpetuar el franquismo criminal con el silencio.
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