La extrema derecha económica
Jordi Muixí El
País 16.3.2012
Parece como si todo lo que nos está
pasando sea irremediable, que nadie sea responsable de nada, que nadie sea
dueño de su vida y que todos aceptamos resignadamente las consecuencias
deshumanizadoras de una enfermedad que nos destruye como personas y como sociedad
y que no somos capaces ni de reconocer.
Se intentan obviar las raíces
ideológicas de todo lo que nos sucede, cuando no parece absurdo situar el
origen de la crisis actual en los mandatos de Reagan y Thatcher y su
acentuación tras la caída del muro de Berlín. Mucha gente celebró el colapso
del comunismo, incluyendo buena parte de sus partidarios, decepcionados por la
deriva totalitaria del sistema.
Entonces hubo un cierto consenso en la
creencia de que el único sistema económico mundial viable era la economía de
mercado que, mediante unas reglas establecidas, debía conciliar libertad
individual y justicia social, libre competencia e igualdad de oportunidades.
Pero pronto alguien se aventuró a
anunciar que se había acabado la Historia y se extendió la idea de que también
se habían acabado las ideologías. Progresivamente, el espacio hegemónico que
hasta entonces habían ocupado las ideologías lo ocupó el dinero, nunca
reconocido como ideología. La exhibición del dinero pasó a ser uno de los
principales reclamos mediáticos y sociales, la principal forma “de ser
alguien”.
Llegados a este punto se puede
considerar que la raíz de nuestra situación actual obedece a una ideología de
una sola idea, la del dinero. No es el capitalismo regulado, sino la forma más salvaje
de capitalismo despojado de cualquier aspiración moral que solo responde a los
intereses de lo que podríamos denominar como la EDE, la Extrema Derecha
Económica. Extrema, por su darwinismo social. Derecha, porque su referente es
el dinero. Económica, porque se estructura en base a un mundo solo económico
donde impera la anomia social y donde no importan la degradación humana y
ecológica.
A diferencia de la exuberante Extrema
Derecha Política que conocimos en el siglo pasado, la EDE del siglo XXI tiene
un eje determinante: la opacidad. Desde el anonimato, a través de un sujeto
colectivo impersonal —los mercados— ha ido marginando la economía productiva en
beneficio de la economía especulativa, dejando a millones de personas sin
trabajo por el camino y tentando a empresas responsables a buscar salidas
irregulares.
El circuito de esa EDE parece
especialmente perverso: eliminación de regulaciones sociales, disminución de
impuestos a la gente con mayores recursos, bendición de los paraísos fiscales,
la corrupción y el fraude fiscal, rechazo de todo espacio público y
desprestigio de la política. Desde Reagan a Clinton, desde Schröder a Merkel,
desde Blair a Cameron o desde Aznar a Zapatero, todos parecen haberse
arrodillado ante las exigencias de los mercados. En nombre del crecimiento
ilimitado, dieron su apoyo incondicional a la economía especulativa
desprestigiando la propia política y olvidando qué tipo de sociedad y qué tipo
de progreso estaban potenciando.
Y aquí estamos, en un mundo narcotizado
por el imperio de la codicia. Recordando a Erich Fromm, la cultura del tener
desprecia los valores del ser. Así la EDE se encarga de recordar a quien
fomente cualquier otro valor que no sea el del dinero (esfuerzo,
responsabilidad, honestidad, cultura) que eso de los valores éticos
(solidaridad, generosidad, sensibilidad, empatía) es cosa de ingenuos. ¿Esa es
la sociedad que queremos?
La gran fuerza de esa EDE estriba en su
convicción de que todos somos rehenes (con síndrome de Estocolmo) de la cultura
hegemónica del dinero a la que hemos ayudado a contribuir con nuestras acciones
o silencios. La EDE es consciente que con la adoración a la cultura del dinero
abríamos la puerta al individualismo más feroz y al consumismo más voraz.
Detrás de esa puerta se escondían impagos, frustraciones, depresiones,
insolidaridad, vacío personal y, sobre todo, mucho miedo (hipotecas, desempleo,
inseguridad). Y el miedo provoca parálisis personal y desmovilización social.
Estamos ante una encrucijada esencial.
Ahora más que nunca hemos de tener coraje para mirarnos al espejo y ver qué
estamos dispuestos a hacer, como sociedad y como personas. Nos necesitamos
todos y necesitamos lo mejor de la política. Si reconocemos el origen
ideológico de la crisis, podremos analizar ideológicamente las salidas y
debatirlas políticamente. ¿Acaso no fue ideológico permitir al mundo financiero
la brutal irresponsabilidad de las hipotecas basura que ha originado esta
crisis mundial? ¿Y las soluciones posteriores a Lehman Brothers? ¿No actúan
ideológicamente las agencias de calificación y los tecnócratas?
Albert Camus nos alertó de que la peste
se propaga a través de lo más oscuro del ser humano. Hace algunos años, en un
aeropuerto extranjero, me topé con una inmensa pared en la que solo había un
diminuto anuncio publicitario. Se veía la imagen de una tarjeta de crédito y
debajo se leía: “Todo lo demás es exceso de equipaje”. Si esa Extrema Derecha
Económica consigue que nuestro exceso de equipaje sean los sentimientos, la
relación con los demás, la exigencia de dar un sentido a nuestras vidas y
reivindicar una sociedad más justa para nuestros hijos, es posible que la peste
esté cerca. Entonces cabría preguntarnos por el motivo del propio viaje y hacia
dónde nos dirigimos realmente.
Jordi Muixí es periodista.
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