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domingo, 27 de julio de 2014

LA CASTA




Por Pedro Taracena Gil

Desde que Pablo Iglesias en la noche electoral utilizara el vocablo casta, ha corrido como la pólvora en todos los medios, y muchos individuos han dado la impresión de que se daban por aludidos. Ha sido un ejercicio de cinismo porque todo el mundo sabía a qué se refería el líder de Podemos cuando les atribuía este apelativo. La Real Academia Española define unas características que nos permitirán analizar el porqué a un colectivo de individuos se les atribuye la pertenencia a un mismo grupo, a una misma casta:

Ascendencia o linaje. Se usa también referido a los animales. Grupo social de una unidad étnica mayor que se diferencia por su rango, que impone la endogamia y donde la pertenencia es un derecho de nacimiento. En otras sociedades, grupo que forma una clase especial y tiende a permanecer separado de los demás por su raza, religión, poder económico, afección política, clase social, élites de orden diverso. Especie o calidad de algún colectivo en particular. En una sociedad animal, conjunto de individuos especializados por su estructura o función. Se usa en especial referido a los insectos sociales, como la obrera en una colmena. Esto es extensible a las personas en relación a sus funciones dentro de la colectividad.

Con estas premisas el silogismo de la casta es fácil de dilucidar. Si partimos de la base de que la llamada Transición con mayúscula, logró el consenso que consiguió la reconciliación entre los españoles, y a los treinta y seis años se demuestra que la transición ha sido una farsa y una tapadera para encubrir un genocidio, entonces, la idea de vencedores y vencidos que creíamos superada, se convierte en explotadores y explotados. La crisis económica, la corrupción de políticos, sindicalistas y empresarios, ha venido a crear una casta de delincuencia que se ha aprovechado del dinero público, donde han salido damnificados los más débiles: Estudiantes, científicos, funcionarios, policías, bomberos, profesores, médicos, dependientes, pensionistas, trabajadores y autónomos en general. Es fácil deducir que estos colectivos no constituyen ninguna casta. Y con la misma evidencia se puede aseverar quienes son aquellos individuos que sí toman parte de esa casta. No obstante, podemos agudizar más el análisis que se deprende de la situación actual de la democracia española. Todas las instituciones del Estado, todas, están siendo noticia por su perversa gestión: Por acción u omisión. Por falta de celo y verificación. Por temor a significarse o connivencia entre corruptores y corrompidos. Desde la Casa Real hasta los sindicatos y desde el Banco de España hasta los organismo de control. Pasando por los partidos políticos, ayuntamientos y comunidades autónomas. Y si descendemos más hacia los individuos, cada cual tiene nombre y apellido y las empresas razón social. Tampoco se libran de esta casta perversa los medios bien recompensados por el poder, que han encubierto y en muchos casos ensalzado conductas nada edificantes. La Judicatura tiene su particularidad. La Fiscalía es el abogado defensor, dependiendo de los casos; habiendo jueces que se han  jugado su carrera por denunciar la impunidad, otros dilatan hasta el infinito las causas y otros, los muy valientes, son los que están llevando la justicia donde la casta ha dejado su huella de vivir en la mentira. Los medios están siendo arte y parte de la casta, y de hecho también se han dado por aludidos como ofendidos. Después de que Pablo Iglesias menciona la casta fuimos muchos los que encontramos más adecuada la palabra casta que la poco o nada modélica transición. Bien es verdad que la Transición fue como tal, hasta la promulgación de la Constitución en 1978, pero luego fue un pretexto para seguir cediendo terreno a los franquistas.
Por si alguien alberga alguna duda, tal y como se han constituido los frentes de batalla y los individuos que ocupan las trincheras y barricadas, podemos constatar que la discordia entre los españoles está servida. Por un lado las fuerzas políticas que han arrastrado hasta aquí el consenso que cerró las heridas en falso. Son pocas las fuerzas políticas que se libran de ser casta. Ellas mismas se defienden cuando reniegan de haber pertenecido a ella. Los tres Poderes del Estado están al servicio de la Europa de los Mercaderes, no al servicio de la Europa de los Ciudadanos,
En aquella noche electoral, muy aciaga para la casta, Pablo Iglesias pudo lanzar la primera piedra y no cayó en saco roto. La virulencia con la que se le ataca desde entonces es la demostración que atinó el tiro. Dio en la diana. La derecha franquista sigue instalada en la mentira creyendo que el pueblo es tonto. Los empresarios, algunos encarcelados por conducta ejemplar, no tienen pudor en reclamar la esclavitud del XIX para los trabajadores. Los obispos reclaman la parcela ganada en su participación en la Santa Cruzada. Los caciques en su versión del XXI es la prueba de que la transición no logró despojar al tirano de su tendencia. Los bancos y los oligopolios estafan al consumidor con la aquiescencia del Gobierno de turno.
¿Alguien de forma sensata alberga alguna duda de dónde y quienes configuran la casta?

  

lunes, 7 de julio de 2014

ESPERANZA AGUIRRE ESPERPENTO NACIONAL


ESPERANZA AGUIRRE ESPERPENTO MACIONAL. Enlace con su espacio reservado.

Para Miquel Ramos, por su enorme corazón


Soy de extrema izquierda porque Esperanza Aguirre odia a la extrema izquierda. Cada vez que oigo sus rebuznos, acusando de terroristas a los que luchan por un futuro sin pobreza, exclusión y precariedad, advierto que mi corazón se incendia de rabia y fervor revolucionario. Soy de extrema izquierda porque el asno de José María Aznar calumnia a Ernesto Che Guevara, afirmando que es un terrorista y yo creo que es un hombre honesto, valiente y comprometido. No me gusta la violencia, pero la dictadura de Batista no habría caído por medios pacíficos. José María Aznar cobra sueldos millonarios por impartir conferencias –algo incomprensible- y asesorar empresas –algo no menos asombroso-, mientras el Che renunció a cualquier privilegio cuando triunfó la Revolución cubana y continuó su actividad insurgente en el Congo y Bolivia, enfrentándose con entereza a la muerte. Soy de extrema izquierda porque el Che combatió hasta el último momento, con los pies envueltos en vendas y el pelo enredado. En cambio, Aznar no sale de su casa sin peinarse el bigote, domar con gomina su melena de pijo y comprobar que la chacha ha dejado brillantes sus mocasines. Soy de extrema izquierda porque me repugna la jeta de Ruiz-Gallardón, con sus cejas de energúmeno fascista, y no soporto la cara avinagrada de Cristina Cifuentes, con su frente hirviendo de fantasías truculentas. La Delegada del Gobierno de Madrid añora el garrote vil, la rueda de despedazamiento y la pira inquisitorial. Soy de extrema izquierda porque -cuando hay injusticia y opresión- nada me produce tanto regocijo como la imagen de un guerrillero, con su fusil dispuesto a asaltar los cielos y sus ojos llenos de coraje y determinación.

NOTAS DE UN INSURGENTE

ME CAGO EN PÉREZ REVERTE: ¡VIVAN LAS BRIGADAS INTERNACIONALES!




José Eduardo Almudéver nació en Marsella durante una gira del circo donde trabajaba su madre, natural de Valencia. Falsificó su edad para alistarse en las Brigadas Internacionales y no obedeció la orden de retirarse al extranjero, lo cual le costó ser capturado y recluido en los durísimos campos de concentración de Los Almendros y Albatera. Al ser liberado, se enroló en el maquis hasta 1947. Hace poco, con 94 años, evocó su primera experiencia en el frente: “Íbamos doscientos con fusiles, pero sin balas. Había que tener corazón para ir a la primera línea a luchar sin una bala”.




Soy de extrema izquierda porque me sobrecojo de espanto cuando me cruzo con la Guardia Civil y siento deseos de orinar en los muros de la Audiencia Nacional, imitando a los poetas de la Generación del 27 que descargaron sus vejigas en la fachada de la Real Academia de la Lengua. La Guardia Civil siempre estará asociada a la tortura, la lucha contra el maquis y la represión de los jornaleros que se atrevieron a rebelarse contra el amo. El tricornio es un símbolo profundamente español. Nadie olvidará la masacre provocada por los guardias civiles que dispararon balas de goma y munición real –según algunos testigos- contra los subsaharianos que intentaban pisar la playa El Tarajal, peleando contra el agua para no morir ahogados. Los guardias civiles gritaban “¡Vamos, cabrones!”. Eso es muy español. La Audiencia Nacional también es muy española, pues se creó para combatir a rojos y separatistas. No importa que ya no se llame Tribunal de Orden Público. En su interior, continúa la espiral represiva. Se protege a los torturadores del franquismo y se condena a prisión a los raperos que escriben canciones incendiarias. Soy de extrema izquierda porque en el Estado español hay presos políticos, como Arnaldo Otegi y tal vez en un futuro no muy lejano Pablo Hásel. No reconozco ninguna autoridad moral a la justicia española, pues el régimen de incomunicación y los ficheros FIES son una forma de tortura y los jueces colaboran con esta aberración, pese a las protestas internacionales. En España, se violan los derechos humanos y en el Congreso de los Diputados –la peor cueva de bellacos y ladrones que han visto los siglos- solo unos pocos se aventuran a denunciarlo. Sabino Cuadra es una de esas excepciones, pero no es español, sino vasco. Creo que Euskal Herria no es España y apoyo el derecho de autodeterminación de los pueblos. Ser de extrema izquierda significa solidarizarse con los oprimidos. Palestinos, saharauis, mapuches, subsaharianos. No importan las banderas, sino la esperanza. Al final, siempre se trata de la misma batalla.




Nací en el putrefacto Madrid, pero odio ser español. Soy de extrema izquierda porque España no me parece una nación, sino un estercolero alumbrado por los Borbones y los espadones que han demostrado su valor, exterminando a maestros, sindicalistas, anarquistas, comunistas, socialistas, liberales, republicanos, ateos, poetas, feministas. Soy de extrema izquierda porque volaría el Valle de los Caídos, el mayor monumento fascista del planeta y una horrible basílica que exalta la violencia y la política genocida de la dictadura franquista. Volar el Valle de los Caídos no es terrorismo, pues una demolición controlada sería tan ética y necesaria como la destrucción de la mansión de Hitler en los Alpes bávaros. Los jueces de la Audiencia Nacional le devuelven el pasaporte a Billy el Niño, un psicópata que torturó impunemente a centenares de luchadores antifranquistas, y persigue a los jóvenes vascos que pegan carteles pidiendo el fin de la dispersión penitenciaria. Soy de extrema izquierda porque no creo en la presunción de veracidad que se atribuye a las Fuerzas de Seguridad del Estado. Los esbirros de la UIP lloriquean cuando les aporrean, pero nadie les pide cuentas cuando mutilan a los manifestantes con pelotas de goma. ¿Qué sucede con los dos jóvenes que perdieron la visión de un ojo y un testículo el 22-M por el delito de participar en una manifestación contra las políticas de austeridad? ¿Acaso no son compatriotas de Jorge Fernández Díaz, Ministro del Interior, que felicitó a la UIP por su actuación y no mostró ninguna preocupación por esos dos jóvenes, condenados a vivir con graves limitaciones físicas?




Soy de extrema izquierda porque España levanta muros y coloca concertinas para frenar una inmigración instigada por la desesperación y el hambre. Soy de extrema izquierda porque la actriz y chabolista Carina Ramírez ha ingresado en prisión por robar chatarra hace cinco años, mientras se encontraba en paro y, en cambio, José María Aznar y Felipe González, ambos responsables de crímenes contra la humanidad (Irak, Afganistán, los GAL), se pasean tranquilamente por foros públicos, impartiendo lecciones de moralidad. Soy de extrema izquierda porque los desahucios me parecen un crimen execrable. En España, el suicidio ya es la primera causa de muerte violenta. Soy de extrema izquierda porque opino que los bancos deben ser expropiados y la CEOE enviada a la Antártida para coexistir con los pingüinos, aprendiendo de estas nobles aves el arte de la supervivencia en un medio hostil. Las SICAV y el IBEX-35 no son las siglas de prósperas empresas o turbios paraísos fiscales, sino el terrorífico anagrama de un nuevo Imperio galáctico, cuyo propósito es dominar el mundo, sometiendo a la clase trabajadora y aniquilando a los alborotadores. Soy de extrema izquierda porque odio los toros y aborrezco el diario El País, que ha engañado a sus lectores durante décadas. Al menos yo, me siento estafado y me gustaría que me devolvieran hasta el último céntimo –o la última peseta- que me he gastado, comprando y tragándome sus repulsivas mentiras. Soy de extrema izquierda porque José Ignacio Wert, Ministro de Educación, Cultura y Deporte, ha lanzado una cruzada contra las familias pobres, con el perverso objetivo de que los hijos de los obreros ya no puedan estudiar en la universidad. Wert se parece a Nosferatu y juraría que se alimenta de sangre humana. Hay muchos más motivos para ser de extrema izquierda, pero no quiero extenderme más y, sencillamente, finalizo este panfleto, vociferando: “¡Soy de extrema izquierda porque me sale de los cojones y porque ser de extrema izquierda significa estar al lado del pobre, el paria, el excluido, el enfermo y el marginado!”. Que cada uno escoja su bando. Yo tengo muy claro dónde está mi trinchera y apunto hacia un porvenir con libertad, justicia, dignidad e igualdad.