Desde que conocí por primera vez la obra de Robert Mapplethorpe,
salvando las distancias entre sus circunstancias vitales y las mías, me he enriquecido sobremanera compartiendo afinidades paralelas y
convergentes entre los años 40 y 80 del
siglo pasado. Sus fotografías expresan su
manera de entender el mundo que le tocó vivir, asumiendo por su concepto de libertad, el papel de trasgresor
de un puritanismo que castraba y frustraba al ser humano.
La gama de grises de sus obras nos introduce
en ambientes cargados de sensualidad y en otros momentos de dureza. Nos acerca
la sensualidad que poseyeron los autores del Renacimiento, no obstante, rechazado
por una sucesión de
incomprensiones de convencionalismos sociales. Mapplethorpe adoptó un punto de vista totalmente clásico. Provoca sentimientos y emociones, incluso eróticos. Parece que cuando configura una imagen asume
sus parámetros con vocación de ser eternos de lo Bello.
Christian Caujolle, director de la Agence
Vu de París, describe este
semblante de la obra fotográfica de
Mapplethorpe:
A
partir de entonces, un rostro, un sexo, o una flor son, al menos en fotografía,
equivalentes. No se trata ya de simple representación,
sino de explorar la capacidad de al fotografía para producir
una forma que será luego transmitida por ese objeto refinado que es la
prueba. Las acusaciones de pornografía, que marcaron
la tentativa de revancha de las ligas de virtud en contra de una obra que, a
pesar de sus apariencias y de su voluntad (de afirmación más
que de provocación, de hecho), aparecen por ello más
irrisorias e inaceptables.
Christian Caujolle prologó la exposición del fotógrafo en Valencia
en 1999. Y no obstante, al final del siglo XX se dio la paradoja de censurar
esta foto incluida en el catálogo.
Imagen original
Imagen censurada
La fotografía de Mapplethorpe supone la transgresión de la virtud hipócrita. El discurso general de su obra evoca los
cuerpos masculinos y femeninos expresando mutua contaminación. El cuerpo humano, el placer, la sexualidad,
fundamentan el conjunto de sus retratos. Amante de la libertad defendió siempre el derecho de amar a quien quiera y como se
quiera. Reivindicó el derecho al
placer y a la diferencia, escandalizando a los virtuosos de toda calaña que apelaron a la censura. El autorretrato para
Mapplethorpe es más un desnudar el
alma que un acto de autosatisfacción.
Nace el 4 de noviembre de 1946, en Floral
Park, Queens, Long Island, y muere
famoso, joven y rico, el 9 de marzo de 1989, New England Deaconess Hospital de
Boston, Massachussetts.
Su obra refleja sus obsesiones y algunos
temas del tiempo que le tocó vivir: sexo,
pasión y fama. Luis Revenga en su artículo con motivo de la exposición de Mapplethorpe en Valencia, escribía lo siguiente:
Fotografías en las que su
autor siempre está implicado. Fotografías que desnudan
sus deseos, cuerpo a cuerpo, sin cortejo ni misterio, ni amor. ¿Es el final del
amor lo que presagia la obra de Robert Mapplethorpe? Para él, el cuerpo es únicamente
un lujo (la mejor señal del lujo y el ser rico/a y famoso/a) y sexualidad,
piel, tersura, belleza pigmento a pigmento, especialmente si el cuerpo es
negro. Cuerpos que resaltan su pasión de escultor: luces
y sombras que acentúan volúmenes. Cuerpos, retratos en blanco y negro como si
fueran piedra o bronce, que irradian una gran fuerza y belleza.
En Madrid, Robert Mapplethorpe conoció al fotógrafo Javier González Porto, que
durante tres meses fue su ayudante. Colaboró en los trabajos que ilustraron el libro del poeta maldito Arthur Rimbaud, Una temporada en
el infierno. Juntos realizaron fotos en la Basílica de El Escorial y la escultura El Ángel Caído. Aunque los
aspectos técnicos de su fotografía los dejaba en manos de su equipo de ayudantes, las fotos tomadas en
la iglesia y la forma de encuadrar
reflejaban su educación católica. Refiriéndose a la escultura de Ricardo Bellver
que denominaba como ángel “poseído” por una serpiente que reina en el Parque de El
Retiro, en Madrid, exclamaba: “La belleza y el diablo son lo mismo”. Todos
aquellos negativos se perdieron junto a sus cámaras un sábado noche en
Madrid.
El conocer estos aspectos de la biografía de Mapplethorpe, una especie de temblor me recorrió el cuerpo de la cabeza a los pies. Hasta ese
instante muchos de los aspectos sensuales del fotógrafo los había asumido en mi
descubrimiento de la personalidad que irradia la trayectoria que camina del
retrato al autorretrato. Pero El Ángel Caído no solamente
había sido mi modelo preferido, sino que como retratista
era mi obsesión; habiendo
escrito un cuento teológico totalmente heterodoxo, inspirado en la
interpelación que mi hijo me
hacía, cuando de niño me contemplaba enviciado con las mil y una tomas de Lucifer. Más tarde el mismo resumen biográfico de Mapplethorpe mencionaba que admiraba a Ramón y Cajal como fotógrafo y que se interesó por las técnicas
de impresión del fotógrafo Ortiz de Echagüe y volvía a encontrarme con mi pasado fotográfico. Ambos, el fotógrafo pictorialista y el Nobel de Medicina, habían sido destacados socios de la Real Sociedad Fotográfica de Madrid, donde yo también tomé parte siguiendo
los pasos del documentalismo de la mítica La Escuela de Madrid.
Antes de concluir esta pincelada bibliográfica de Robert Mapplethorpe, pude descubrir que el
Renacimiento nos había presentado la
ocasión de descubrir los valores del humanismo, el clasicismo y la naturaleza.
Donde sus cuerpos retratados habían seguido la estética de Miguel Ángel Buonarroti y que el David se había convertido en otra de mis obsesiones. Escultura que incorporé en mi
cuento teológico un tanto
herético. Y para cerrar el círculo de
coincidencias, este fotógrafo creativo y
trasgresor admiraba al escultor impresionista, Auguste Rodin. Tuve la
oportunidad de visitar su museo cerca de Los Inválidos en París;
siendo el beso y el pensador mis improntas más apasionantes.
En mi carrera como fotógrafo hay tres maestros que han hecho de mí lo que soy, un fotógrafo amateur, es decir, un enamorado ardiente de la fotografía. Más aún, del retrato como la expresión humanista por antonomasia de la fotografía. Robert Capa, es el fotógrafo del compromiso, reportero de la defensa de la
República Española. Robert Doisneau, es el fotógrafo de la calle, del documentalismo. Y por último Robert Mapplethoper, fotógrafo de la libertad sexual y la transgresión del puritanismo castrante. Este último me ha hecho descubrir la sensualidad como valor
positivo, no solamente para preservar, sino para cultivar. El retrato y el
autorretrato cumplen la función de la
autoestima, el reconocimiento por el otro para compartir las emociones, fruto
de las sensaciones conscientes.
GALERÍA DE IMÁGENES
Me encanta Mapplethorpe. Buen texto y ¿que decir de las imágenes?
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