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PODEMOS 2014

El acoso y derribo que está padeciendo el emergente partido político PODEMOS, por parte de La Casta, es patente y fidedigno. Los economistas que asisten a los medios de comunicación no les interesa que el programa de PODEMAS, sí, se puede llevar a cabo. Hay que derrocar del poder a los que nos han expulsado de la Europa de los Ciudadanos y han instalado en su lugar la Europa de los Mercaderes.
Los políticos corruptos de España han vendido nuestros derechos constitucionales a los mercados usureros y criminales. Si, criminales. Los políticos corruptos, los bancos, los empresarios, los caciques y la Iglesia, han arrebatado el poder a quienes el pueblo les otorgó su voto. El bipartidismo ha traicionado a los ciudadanos. La Casta, heredera del franquismo y la transición, pregonan a los cuatro vientos a través de los voceros del régimen, que la doctrina de PODEMOS es populismo. Como esta palabra no la recoge la Real Academia Española, se han inventado un contenido que nadie se atreve a definir. La fuerza de PODEMOS es muy potente porque se está cimentando en las calles y plazas. Sus mareas están salpicas del espectro del Arco Iris. Aunque desgraciadamente está predominando el rojo de la sangre, el sufrimiento y la muerte.

PDF del programa que niega La Casta su existencia:


PODEMOS COMO ALTERNATIVA DE GOBIERNO



Podemos ya es un partido político, con un liderazgo indiscutible y un programa económico en ciernes. Su ascenso ha sido fulgurante y polémico. Encarna la esperanza de un cambio, pero también infunde miedo y preocupación en ciertos sectores de la sociedad. No está de más recrear su peripecia y plantearse seriamente qué alternativas propone para salir de la crisis  y acabar con la corrupción política e institucional. 

El panorama no puede ser más desolador: un 24% de paro (en el caso de los menores de 25 años, sube hasta el 54%), un ritmo creciente de desahucios (aumentaron en un 17% los primeros seis meses de 2014, de acuerdo con la estadística publicada por el Banco de España), recortes sociales, sanitarios y educativos que no han mejorado el déficit público (de hecho, cada vez está más cerca de superar la barrera del 100%), una caída de las exportaciones que ha duplicado el déficit comercial, una reforma laboral que no ha creado empleo y sí ha precarizado las condiciones de trabajo, una alarmante tasa de suicidios –la primera causa de muerte violenta en España desde 2012- y unos niveles intolerables de pobreza infantil, según los informes de Cáritas. Tres millones de niños sufren malnutrición (apenas comen pescado, carne o fruta), pasan frío o calor en viviendas insalubres y dependen de organizaciones humanitarias para conseguir ropa y material escolar. Muchos han sufrido la experiencia traumática de un desahucio o se han quedado sin luz, agua o calefacción, porque su familia no ha podido pagar los recibos. En la UE, solo Rumanía nos supera en pobreza infantil. En un estudio de Unicef sobre el impacto de la crisis en 41 países de la OCDE, España aparece como el tercer país desarrollado donde más ha crecido la pobreza infantil desde 2008, solo detrás de México y Estados Unidos. No es casual que los tres países hayan aplicado las políticas neoliberales recomendadas por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, las agencias de calificación (Standar & Poor’sMoody’s, etc.), el Consejo de Europa y el Banco Central Europeo. ¿Significa eso que el poder político y económico se han equivocado con sus recetas o, simplemente, se ha recrudecido la lucha de clases? ¿Está el poder en manos de los gobiernos o de las grandes corporaciones empresariales, casi siempre bancos que han creado una compleja trama de inversiones para controlar todos los nichos de la economía mundial, incluidos los sectores estratégicos?

En sus inicios, Podemos se presentó como una plataforma concebida para aglutinar a la izquierda. Su intención era aprovechar la movilización ciudadana del 15-M, canalizando el anhelo de un nuevo modelo político y social. Su ambigüedad inicial no es tan grave como su punto de partida. El 15-M reivindicó la desobediencia civil no violenta, pero la estrategia pacifista perdió credibilidad como herramienta de transformación, cuando el poder político respondió a las manifestaciones con un incremento de la represión policial, sin desviarse de su política de “reformas”. Lejos de prosperar, los brotes bordes se marchitaron y el malestar social se transformó en ira (por ejemplo, en el barrio burgalés de Gamonal). La izquierda radical y el independentismo aprovecharon la ocasión para impulsar sus viejas consignas. Se empezó a reivindicar la figura de Stalin, ignorando sus crímenes y, lo que es peor, se pasó por alto que el comunismo no es una filosofía democrática, sino una ideología totalitaria, cuya meta es la dictadura del proletariado o, más exactamente, la dictadura de un partido único, con un feroz aparato represivo. Stalin no se desvió del comunismo. Simplemente, siguió los pasos de Lenin, que creó la Checa para exterminar a sus adversarios.


En todos los países donde triunfó la supuesta revolución del proletariado, se reprodujo el mismo guión. Con el comunismo en el poder, la violencia adquirió el rango de terror institucionalizado. Es descorazonador que a estas alturas haya que recordar los crímenes de la antigua URSS, la Camboya de Pol-Pot o la Cuba de Fidel Castro. Los crímenes del comunismo no excusan los crímenes del fascismo. Solo revelan que surgen de la misma filosofía totalitaria, donde el Estado no está sujeto a la división de poderes, el pluripartidismo, el sufragio universal o los tratados internacionales sobre derechos humanos. Los actuales líderes de Podemos (Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero) nunca han sido comunistas revisionistas, pero flirtearon con ese mundo, elogiando la Revolución bolivariana, mostrando su simpatía hacia el Che y apoyando los procesos soberanistas del País Vasco y Cataluña. Es evidente que ahora desean distanciarse de esos gestos que deforman grotescamente su incipiente programa político y constituyen un indeseable punto de partida.

En cambio, creo que fue un acierto rescatar el concepto de patriotismo, entendido como preocupación por el bien común y legítimo aprecio por los logros de nuestra cultura. Tanto Iglesias como Monedero han manifestado el deseo de que Cataluña y el País Vasco no se separen del Estado español, pero al mismo tiempo han declarado que no frenarán los procesos de autodeterminación. En 1976, Felipe González habló en el frontón de Eibar y finalizó su mitin con un “¡Gora Euskadi Askatuta!”. Afortunadamente, prevaleció la sensatez y cuando llegó al poder dejó bien claro que el límite de la autonomía había quedado fijado en el Estatuto de Guernica. Presumo que Iglesias hará el mismo recorrido, si consigue la presidencia y no  pierde el sentido común. No es improbable que se ensaye la vía federalista, también defendida por el PSOE, pero sería un gravísimo acto de irresponsabilidad ceder al chantaje nacionalista, que se mueve por emociones primarias, una burda falsificación de la historia y una bochornosa insolidaridad con las regiones más deprimidas. No creo que haya “explicaciones políticas” para la violencia de ETA, que ha envenenado la mente de varias generaciones de vascos, asfixiando los sentimientos más elementales de compasión y respeto por la vida ajena. Iglesias debería rectificar y dejar clara su oposición a cualquier forma de violencia política. La democracia no funciona sin cierto conocimiento de la historia. El Che no era un adalid de las libertades, sino un carnicero que cometió crímenes de guerra en Sierra Maestra y en la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, donde –según la biografía de John Lee Anderson- ordenar fusilar al menos a 550 personas, después de una farsa judicial. Argala no era un valiente gudari, sino uno de los arquitectos de una organización criminal que asesinó a militares, jueces, policías, periodistas, concejales, simples trabajadores e incluso niños. Podemos acertó al combatir la vieja división entre izquierdas y derechas, estableciendo una nueva distinción: demócratas y no demócratas. Pues bien, debería añadir que ETA siempre se alineó con los no demócratas. Aunque haya finalizado su actividad armada, no se debe permitir que escriba el relato de un pasado manchado por sus crímenes.

Hablando de relatos, considero un disparate utilizar la expresión “régimen del 78”, como si la Transición y la Constitución fueran culpables de la actual crisis económica o una simple continuación de la dictadura franquista. La Constitución es una herramienta esencial para mantener la unidad de España, sin excluir unas razonables dosis de autonomía regional. Asimismo, posee la elasticidad necesaria para permitir distintas políticas económicas. Cada vez se habla más de la reindustrialización de España y de un New Deal europeo. La Constitución no es un obstáculo para articular una política expansiva, con inversiones estatales y programas sociales orientados a combatir el paro y la exclusión. Podemos se mueve en el espacio del centro izquierda, al igual que Syriza, pese a que la formación griega se presente como una Coalición de la Izquierda Radical. Si llegan al poder no traicionarán a sus electores. Simplemente, serán posibilistas, como lo fueron los políticos de la Transición española. No convertirán Grecia o España en una nueva Cuba. La deuda se renegociará y tal vez se acuerde una quita, reestructurando los pagos, pero no se dejará de pagar, pues ningún país puede prescindir del crédito internacional y la confianza de los mercados de capitales. La Renta Básica de Ciudadanía quizás no es viable, pero sí una Renta Mínima de Inserción que evite el escándalo de la pobreza y la marginación. El verdadero reto será diseñar y ejecutar una política económica capaz de crear riqueza y empleo, garantizando unos servicios públicos sostenibles.


Si gana las elecciones generales, el día de después será abrumador para Podemos, pues ha generado unas expectativas tan grandes que pagará muy caro cualquier error o cualquier decisión que le aparte de sus promesas. Además, su radio de acción es limitado, pues ningún gobierno puede controlar el BCE ni erradicar los paraísos fiscales. Por otro lado, ¿qué sucederá si gobierna y la economía no mejora? ¿Se producirá un estallido social? ¿Se recuperará el bipartidismo y volverá el juego de la alternancia? ¿Cundirá la apatía o la ira? La respuesta –creo- está más allá de nuestras fronteras. Si el proyecto europeo no quiere desembocar en un indeseable fracaso, deberá hallar la forma de integrar e ilusionar a todos los ciudadanos. La democracia se vuelve muy vulnerable, cuando la miseria y la desesperanza se convierten en males crónicos. Solo hay que mirar hacia atrás para saber que el huevo de la serpiente se incuba en esos escenarios. Alguien ha dicho que Pablo Iglesias es un peligro para la democracia. Yo creo que el verdadero peligro es un capitalismo salvaje que propicia la pobreza y la desigualdad. Le cedo la palabra a una voz con una indudable autoridad moral: «Hoy tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad”.

Esa economía mata. […] Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. […] Hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión». No son las reflexiones de un antisistema, sino del Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelli Gaudium del 24 de noviembre de 2013. Ha transcurrido un año desde entonces y, desgraciadamente, nada indica un cambio de tendencia en las directrices de la economía mundial.

RAFAEL NARBONA


UN PROYECTO ECONÓMICO PARA LA GENTE PDF


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