EL ODIO, PECADO O DELITO
ACUDIMOS AL CONCIERTO DE LAS
EMOCIONES
Atardecer en Atocha
Pedro Taracena Gil
Desde muy niños somos conocedores de los cinco sentidos del ser humano: ver, oír, oler, gustar y tocar. Estos cinco sensores constituyen las puertas por donde captamos nuestra sensualidad. Después nos han hablado del SEXTO SENTIDO, se trata de sensaciones sutiles ajenas a la percepción de la realidad y que pertenecen al universo esotérico. Oculto, reservado. Dicho de una cosa que es impenetrable o de difícil acceso para la mente. Doctrina que se transmitía oralmente a los iniciados en ella. En la Antigüedad era impartida por los filósofos solo a un reducido número de sus discípulos.
Otros tratados vienen a explicar que los cinco sentidos de la sensualidad, pueden y deben estar al servicio de la sexualidad. Pero la sexualidad como sentido autónomo y motriz de toda nuestra realidad humana, personal y social, se encuentra en el limbo de los prejuicios y de los complejos. Más aún, la cuestión sexual es una materia a la que es lícito censurar y en muchos de los casos ni mencionar. Tabú encofrado en la misión puramente biológica del aparato genital reproductor, femenino y masculino. No es ningún disparate si hablamos del SÉPTIMO SENTIDO.
No solamente tenemos carencia de una educación sexual laica y sin tabúes, sino que ya nuestros ancestros condenaron al ostracismo más inhumano, el derecho a nuestra realización sexual. Realización sexual en libertad, igualdad, respeto y responsabilidad. Este vacío es patente y carece de interés para los responsables políticos de los planes de educación. Debieran corregir esta mutilación y sobre todo para que la educación sexual salga de la clandestinidad más hipócrita.
Nadie es ajeno al tema de la sexualidad. Si se aborda sin perjurios y sin complejos, es fácil hablar de la sexualidad y de las sensaciones y emociones que produce. Porque en todos los seres humanos, salvo aquellos que voluntariamente renuncien a ella, brotan en su interior emociones sexuales. En términos de la cultura clásica es Eros quien hace acto de presencia, ante el principio de que a toda acción corresponde una reacción. Todo estímulo sensual o sexual tiene su respuesta con la excitación erótica.
Todos estos términos se comprenderán mejor si nos adentramos en el mundo de las emociones. Considerando y valorando los órganos genitales y la sexualidad como valores positivos. Es decir, dadores de emociones ajenas a la moral, la religión y las costumbres tradicionales. Para mejor entender la utilización de estos conceptos, es preciso aplicar a cada palabra el contenido que cada persona libremente le otorgue.
Sensaciones como el gozo, el placer, la alegría, el amor, la amistad, la ternura, las caricias, el erotismo, el coito, la masturbación, la felación, sin distinción de sexo, son en términos subjetivos, energía cargada en positivo. Entre los siete pecados capitales, la lujuria es el que está directamente ligado a la sexualidad. Se define como “apetito torpe de cosas carnales” y la virtud contraria a este vicio es la castidad. Pero desacralicemos estos valores morales y religiosos. Para mejor entender este concepto de carga positiva, podemos utilizar el símil de dos asistentes a un concierto de música clásica, donde haya solistas, orquesta y coros. Uno de los asistentes es un simple amante de la música clásica, sin embargo, el otro, es un director de orquesta consagrado y además fue concertino de una de las orquestas que él dirigió. ¿Quién apreciará mayor gozó en este maravilloso concierto? ¿Quién de los dos percibirá los matices con mayor agudeza auditiva? Aunque sea muy difícil medir el mundo de las sensaciones y el universo de las emociones.
Este ejemplo sirve para ilustrar que la sexualidad ha sido apartada de las emociones si no está implicada directamente en los gentiles. De esta manera mutilamos nuestra realización sexual. Cuanta mayor experiencia tengamos en el conocimiento y práctica de todos los instrumentos, mayor será nuestro gozo, nuestro placer y mayores satisfacciones compartiremos. El ayuntamiento de los animales se produce a través del instinto, que garantiza la procreación de la especie. Pero en el caso de los seres humanos, la procreación no viene impuesta y pueden realizarse sexualmente al margen de ella. Al margen de cualquier valor moral o religioso, el ser humano es libre de planificar la concepción de sus hijos. El control de la natalidad y la interrupción voluntaria del embarazo, emanan del derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo.
Volviendo al concierto de las emociones. No olvidemos que a todo estímulo corresponde una respuesta. Si el estímulo tiene carga positiva, la respuesta será placentera y positiva. Las emociones pueden venir también con carga negativa: el dolor físico, la tristeza, la angustia… ¿Por qué no responder con todas las emociones, incluyendo las emociones sensuales, sexuales, eróticas y hasta pornográficas? Estos conceptos han de salir del ámbito de la moral y la religión. Lo lúdico, lo impúdico, lo deshonesto desde el punto de vista sexual y la concupiscencia, no irradian en sí energía negativa. La resultante en el estado de ánimo de la persona es sexualmente muy positiva, aunque no estemos ante un acto sexual y genital exclusivo. Una persona realizada sexualmente en libertad, es una persona cargada de energía positiva. Y está mejor preparada para responder ante una invasión de penas, miserias y calamidades de carga a veces muy negativa.
Con este planteamiento, el autor de este brevísimo ensayo, es consciente de que puede ser incomprensible o incluso rechazable por la cultura judeocristiana. Donde el sexo está limitado a la procreación y toda realización sexual al margen de estos fines divinos, es negativa y en muchos casos considerada antinatural.
Hoja traslúcida
Pedro
Taracena Gil
Eros
provoca las relaciones amorosas entre los seres humanos. Engendra sus pasiones,
sin distinción si los amores son incestuosos o no. Los mitos de Electra y
Edipo, son ejemplos de ello. Sin embrago el fruto engendrado, deseado o
inconsciente, consecuencia de la cópula, hombre mujer, perpetúa la especie.
Mimetismo animal guiado por el instinto más que por la razón.
Adán
y Eva, siguiendo el mandato divino: “creced y multiplicaos”, llevan a cabo un
acto de amor, que si en vez de haber sido creados en Mesopotamia, entre los
márgenes de los ríos Tigres y Éufrates, hubieran estado bajo la influencia del
mundo heleno, Eros les hubiera inducido para llegar al mismo destino. A través
del mismo encuentro carnal y sexual. Al
nacer Caín y más tarde Abel, producto del amor perfecto, marcado por Eros,
Natura o Yahvé, la relación con la deidad que no con sus progenitores, es quien
les marca el nuevo camino. Donde las pasiones, las frustraciones y las
diferencias, los llevan a lugares cada vez más lejos del seno donde fueron
engendrados, cuyo lecho los vio nacer. El mito de Caín y Abel, aunque no es de
origen pagano, su componente religioso no le excluye de ser un mito de marcado
carácter moral. Es la consecuencia del enfrenamiento entre iguales, donde, el
Amor-Cáritas, aparentemente impuesto por la consanguinidad, se rompe en
pedazos. La leyenda de Caín y Abel nos muestra que el nacer hermanos no es
garantía de vivir en fraternidad. Como vínculo natural y perfecto, Abel crece
junto a su hermano mayor, Caín. Tiene los derechos de primogenitura de origen
considerado natural. Es mayor, puede ser maestro y protector de su hermano. Sin
embargo y a pesar de que Caín era labrador y Abel pastor, no fueron capaces de
complementar sus faenas y mucho menos aunar sus esfuerzos en una tarea
solidaria. En el mito de Caín y Abel, sus padres apenas intervienen en sus
vidas. Cuando han conseguido superar su nivel nutricio, son hombres independientes
y comienzan a vivir como adultos. Y en un momento dado, la leyenda contenida en
el Génesis nos dice que Caín ofrece los frutos de sus tierras y Abel los
productos primogénitos de su ganado. Pero, no obstante, el autor del relato no
nos aclara por qué: “Agradose Yahvé de Abel y de su ofrenda, pero no de Caín y
la suya”. A lo largo de la historia de los dos hermanos, podemos contemplar
cómo sus conductas están marcadas por pasiones y presagios, llevando a los
personajes a vivir un destino de máximo dramatismo. El ser hermanos no les hace
inmunes a la perversión. El amor fraternal no es consustancial con la
consanguinidad. Igual que Eros no evita el incesto, tampoco el haber nacido del
mismo vientre propicia virtudes fraternales.
El
mito de Adán y Eva es el resultado de la rivalidad entre el dios Eros y el dios
Yahvé. Eros arropa su desnudez al hombre y a la mujer y ambos descubren su
pasión amorosa; cumpliendo así el mandato bíblico de la procreación. Para Eros
es un fin, para Yahvé es un medio. Este ayuntamiento es el comienzo de la vida.
Les hizo partícipe del devenir de los tiempos. Según el autor sagrado
provocaron ser como dioses, pero quedaron en humanos híbridos de deidad.
Semidioses, según la mitología griega. Abandonaron la perfección en las puertas
del Edén y se sometieron a todas las pasiones e imperfecciones humanas. Además,
en este universo de sentimientos, Eros miraba hacia otro lado. Es evidente que
el mito de Adán y Eva engendró el mito de Caín y Abel. El amor Eros sin
contaminación del mito primero, dio paso al amor fraterno Cáritas del segundo.
Y la fraternidad no la garantiza la sangre compartida, sino los sentimientos
del género humano.
¿Cuál
fue la perversión de Caín? Es posible que su crimen fuera compartido con su
hermano, ya que el mismo Dios presagió sus destinos, donde debía de haber uno
malo y otro bueno. El mito de Caín y Abel es una historia de desamor. El
desencuentro de dos seres humanos. Uno débil y otro más fuerte. La ausencia de
sus padres interviniendo en sus vidas, les priva de un modelo a seguir. Una deidad como Jehová no es el mejor
consejero de los humanos. El rol de Yavé en este relato tiene mucho de
provocador. Fue el mismo Dios quien desequilibró sus sentimientos. No hay duda
de que llegar a la conclusión que, en este mito radicalmente, hay uno que es el
bueno absoluto, otro que es poseedor del mal indiscutible y un juez con todas
las garantías de la justicia divina, es una conclusión un tanto simplista.
Antes de llegar al odio hasta la muerte, hay que recorrer otros caminos:
Incomunicación, rivalidad, niveles de generosidad y entrega y oportunidades de
errar. Las historias de amor tienen los mismos procesos que aquellas de
desamor, sólo cambian el signo de cada secuencia. El mito de Caín y Abel es la
constatación de que el llamado amor fraterno, consecuencia de la
consanguinidad, no conduce al amor como hecho natural. Del mismo modo que el
Amor Eros es efímero porque su fin es la carne, el Amor Fraterno se convierte a
través de la envidia en odio y muerte; surgiendo la víctima y el verdugo. El
amor que surge de la misma sangre, está sometido a todas las pasiones e
imperfecciones humanas. Además, en este conjunto de sentimientos, Eros
conducido por el sexo sin contaminación y el amor fraternal guiado por la sangre
común, no aseguran la permanencia del amor. Sólo los sentimientos humanos
garantizan el amor sin fines. Sin instintos primitivos, tribales, procedentes
de la carne y la sangre.
El
relato de Caín y Abel, como cualquier leyenda, parábola o narración, bien
religiosa o mitológica, encierra una lección moral, un paradigma con vocación
de enseñar y de perpetuarse a través de los tiempos. Además, siendo una
historia milenaria, corresponde a los doctos y no a los legos, hacer una
interpretación científica, pero este relato breve, más breve que el original
del Génesis, aunque denso en su contenido, viene a remarcar que, este mito y
otros como el de Abrahán y el pretendido sacrificio de su hijo Isaac, no han
sido bien explicados, sobre todo a los niños. Se estaría pagando un alto
precio, si para evitar la envidia entre los seres humanos, tuviéramos que
contar un relato tan criminal. En el mito de Caín y Abel, según la tradición
más popular, fue la envidia la consecuencia que desencadenó la tragedia. Pero
tampoco está claro que deba de ser la venganza el remedio para hacer justicia.
Fue Dios quien provocó la maldad entre los hermanos; llevándoles hasta el
crimen y luego, no impartió justicia, ni permitió la venganza.
“Sentimiento
de aversión y rechazo, muy intenso e incontrolable, hacia algo a alguien”
Avanzando en estas consideraciones prisioneras
de la tradición religiosa, por qué un sujeto que objetiva o subjetivamente
tiene motivos para odiar, deba reprimirse; cuestionando si realmente este
sentimiento se pueda reprimir cuando la prescripción viene dada por una moral
divina, interpretada y prescrita por una clase sacerdotal. El odio, el amor, el
perdón, la venganza, la ira, la paciencia, la envidia… son cualidades del ser
humano. Y la trascendencia de estos estados de ánimo, sólo estarán prohibidos
cuando sean castigables por la legitimidad de las leyes civiles, no por las
normas morales, ajenas a ellas. Por ejemplo, se puede odiar por envidia o por
otras razones a un padre, a un hermano, a un amigo o a un extraño, pero esta
digamos emoción, en virtud de qué moral es intrínsecamente mala, aunque se
tenga la voluntad de desear todos los males del mundo. Las consecuencias de
estos deseos no constituyen una conducta dolosa, mientras estos pensamientos no
se traduzcan en hechos delictivos. Y es posible que quien alberga estos
pensamientos obtenga cumplida satisfacción en su intimidad.
La madurez de la persona civilizada se irá
alcanzando en la medida que se adentre en el mundo del raciocinio. Cuando su
comportamiento obedezca al conocimiento obtenido por el uso de la razón. No por
la tradición irracional de una moral milenaria dictada por los líderes de una
religión. Volviendo a la Ley del Talión, del ojo por ojo y
diente por diente, ésta supuso un límite a la venganza. Se llegaba a brazo
por brazo, mano por mano y hasta vida por vida.
En el derecho actual los hechos donde se ha
materializado el odio, están sujetos a la justicia y sobre todo con vocación de
alcanzar la reinserción del condenado. Una vez situado el odio en la esfera personal
y al margen de toda consideración de índole religiosa, su materialización en un
acto que merezca castigo según la ley, se considerará al margen de los
sentimientos negativos, que la persona pueda haber tenido o mantenga para
siempre. El reo no será condenado por el sentimiento de odio, sino por las
consecuencias de haberlo ejecutado a través de un hecho delictivo. A pesar
de estas consideraciones el odio sigue siendo algo a erradicar por ser humano.
Se considera que no se puede vivir con tranquilidad de conciencia odiando al
prójimo y se le califica como una mala persona. El odio sentido o confesado es
algo a reprimir y desterrar. El odio toma parte del mal y la ausencia de odio
es el bien. Siempre medido con parámetros morales que no están en los códigos
civil o penal. Caín podía haber odiado eternamente a su hermano Abel y sin
embargo si no hubiera cometido el crimen, Dios no le hubiera pedido cuentas de
su odio fratricida. Salvando las distancias bíblicas, en la vida diaria de una
persona hay motivos, unos objetivos y otros subjetivos, que le provocan odio
irremediable imposible de evitar. Hay odios que aparentemente se resuelven a
través de la aceptación de la culpa y el perdón de la víctima. No obstante, si
el agresor no es perdonado por el agredido, el odio persistirá. Pero hay otros
casos en el que el ofensor se obstina en el comportamiento que hiere al
ofendido, y éste, lejos de perdonarle aumenta la intensidad de su odio. En
ambos casos el sujeto ofendido alivia su rencor con la satisfacción que le
proporciona su odio permanente. En estas situaciones el conflicto sigue y “cuyo
mal desea” también. Siempre que no se exterioricen amenazas verbales que
pudieran ser constitutivas de un delito. Además, hacen su presencia los prejuicios emanados de la moral popular,
ancestral y religiosa. El odio siempre se considera no solamente negativo, sino
perverso. Sin embargo, el causante que provoca el odio de la víctima, aunque
éste sienta odio también, como es por naturaleza considerado como “el malo”, se
acepta como normal que se mantenga en un estado de maldad permanente.
El sentimiento de odio debe ser reconocido y
calificado por el propio individuo que lo siente. Borrarlo mediante la práctica
de doctrinas morales ajenas a la razón produce frustración. Pocos están
dispuestos a perdonar gratuitamente y menos devolver bien por mal. El
sentimiento paterno filial, fraternal, amical o simplemente entre ciudadanos,
bajo el paradigma bíblico, no resuelve los conflictos emanados del odio. Estos
parámetros arcaicos estructuran una sociedad patriarcal, donde sólo se
contempla “el honrarás a tu padre y a tu madre”, no se menciona la reciprocidad
de los padres con los hijos, al margen del nivel nutricio. Por supuesto la
mujer está sujeta al hombre y no se contempla la igualdad. Entre los hermanos,
el mayor es el que dispone de los derechos de primogenitura. Es decir, que la
sociedad con valores bíblicos, sean del Antiguo como del Nuevo Testamento, se
basan en el perdón, el sacrificio y la obediencia, sin tener en cuenta la
justicia y la igualdad. La sociedad moderna ha regulado las conductas
observadas al margen del bien y del mal, el vicio y la virtud, la venganza y el
perdón, el pecado y su redención. Las leyes que la civilización se ha dado sólo
entienden de derechos y deberes, en base a la Declaración Universal de los
Derechos Humanos. El mundo de los sentimientos queda en la intimidad del
individuo. Donde el odio intrínsecamente no tiene por qué ser un mal absoluto.
Dependerá de cada persona de cómo lo asuma. Para algunos puede ser una
satisfacción el odiar y para otros les producirá algún cargo contra su
conciencia. Todo ello encontraba respuesta en la religión, ahora, quizás, es la
psicología la ciencia que se ocupa de los estados de ánimo, del comportamiento
y de la conducta. Hay quien no siente ninguna inquietud por ese algo o alguien
que le provoca malestar, el odio lo convierte en indiferencia. El derecho a
sentir odio y por supuesto obrar en consecuencia en su propia defensa, todo
ello es cuestión de empatía y asertividad. Siempre al margen de cualquier
reacción consumada con dolo.
En el siglo XXI como en el pasado, nuestras circunstancias nos llevan a
sentir odio de muy diversa naturaleza. Odio por las injusticias, las guerras,
los maltratadores, los dictadores, los ladrones, los usureros y los caciques. Y
es lícito sentir odio por estas agresiones, ofensas y humillaciones; luchando
contra toda vulneración de los Derechos Humanos. En el ámbito social y
familiar, hay padres, hijos y hermanos, que lejos de practicar el amor paterno
filial o fraternal, hacen motivos para levantar sentimientos de odio. Tanto en
el campo social, político o familiar, el odio y sus consecuencias, no se
resuelve con prescripciones de índole moral religiosa, su resolución viene
prescrita en el Derecho; quedando en el ámbito privado los sentimientos de odio
o rencor. Así como los sentimientos de ternura o cariño. Sería saludable
desmitificar la estigmatización del odio y sacarle del entorno del mito.
La psicología es una herramienta humanística cuyo objeto es el comportamiento
humano, al margen del premio y el castigo bíblico. El odio como la simpatía, la
soberbia y la humildad, no imprimen carácter inmutable. Habrá que analizar los
factores personales y del entorno para abordar las diversas motivaciones
subjetivas. Si un ciudadano, por ejemplo, en la actualidad se ve privado de
todos los derechos que le proporcionaba el Estado de Bienestar: se ve en paro,
pasa hambre, sufre un desahucio, contempla mermada su asistencia médica y sus
hijos no tienen la educación que garantizaba su futuro, esta persona le asiste
el derecho del sentimiento del odio contra todo y todos los que le arrebatan
algo que es suyo. La resolución de estos conflictos tiene difícil solución a
través de preceptos religiosos. Porque el primer paso a dar es encontrar
el sujeto que desencadenó la agresión, la ofensa, el insulto por parte de quien
se siente la víctima. Y a partir de estas premisas, el perdón o la venganza,
tienen que dejar paso a la justicia y el restablecimiento de los derechos
quebrantados. Aunque el odio sigue siendo una vivencia personal irrenunciable
para satisfacción de la impotencia del agredido. El odio visto con el prisma
del siglo XXI no es algo monstruoso, un vicio a erradicar de los individuos que
lo sientan. Más bien debe ser una oportunidad de reflexión con la razón, no con
los impulsos irracionales y mucho menos con los prejuicios religiosos de épocas
ya superadas. En “mi querida España, esta España mía, esta España nuestra” el
odio está anclado en nuestras vidas presentes y en nuestra reciente historia.
La solución no está en un examen de conciencia, en sentir dolor por haberlo
mantenido y reconocerlo abiertamente, tampoco en el propósito de la enmienda y
mucho menos en cumplir una hipotética penitencia. Ni perdón ni olvido. La
reconciliación con nosotros mismos y con los demás, camina por otros
derroteros. El camino del reconocimiento de la dignidad arrebatada;
avivando la memoria de los hechos históricos. La senda de la justicia
contra la impunidad de aquellos que confundieron su victoria con la verdad. Y
sobre todo que nadie tergiverse los términos democracia y consenso, así como
transición democrática y amnistía de la dictadura, y mucho menos justificar lo
legal con lo que es justo. Todas estas premisas, conglomerado de falacia
y demagogia, mantienen el statu quo de quienes aceptaron el
consenso; renunciando a cumplir y hacer cumplir la Constitución Española de
1978. No sería banal que los españoles en privado y en colectividad, nos
diéramos respuesta racional a esta cuestión ancestral del odio…
Pedro Taracena Gil
El Gobierno está muy preocupado por las
conductas de la sociedad que incitan al odio. El odio es una emoción como lo es
el amor. Si el amor y el odio no hacen daño a nadie no tiene porqué ser
negativo o malo en sí mismo. El amor y el odio, no en pocas ocasiones cierran
un mismo círculo vicioso. Tanto el odio como el amor no son ni bueno y malo
si no se proyectan para hacer el mal a los demás. Este planteamiento es
válido sólo al margen de todo planteamiento religioso. El sentimiento de odio
para la religión es pecado y para el mundo laico, si no causa daño que
sería un delito, el odio en sí mismo es una cualidad. Si alguien siente odio
hacia una persona, pero no le causa daño, el odio tampoco perjudica a quién lo
siente como emoción legítima.
El Ejecutivo encuentra indicios de delito
cuando observa conductas que incitan al odio. Sobre todo, en el campo terrorista,
racista, homófobo, proxeneta, pederastia y un lago etcétera. Es muy positivo
que extreme su celo en estas amenazas que sufre nuestra sociedad. Donde
cualquier apología puede incitar a cometer el delito contra colectivos más
vulnerables. Pero el Gobierno no contempla qué hacer cuando aquello que incita
al odio son, sus políticas, que causan crímenes legales en tiempo de paz, donde
el ciudadano no ha creado ningún conflicto y sin embargo es víctima de él. El
sistema jurídico y político no están pensados para que el pueblo se defienda de
las agresiones de los políticos, teóricamente, servidores públicos…
Yo como ciudadano siento odio legítimo contra
el Gobierno y se lo demostraré todos los días a través de mi manifiesta
discrepancia y el derecho a la libertad de expresión. Considero que esta
sensación de odio hacia el que me agrede, teniendo la obligación de protegerme,
es saludable y psicológicamente terapéutico. ¿Venganza? Yo lo llamaría
reparación o exigencia de devolución de los derechos sustraídos. El Código
Penal tiene tipificados los delitos de incitación al odio, evidentemente
causantes de daños graves. Pero para los crímenes legales en tiempos de paz,
los políticos solamente responden cada cuatro años en las urnas. ¿No es una
situación legal
pero inmoral?
Sin duda toda la legislación que el Gobierno
ha sido capaz de poner en marcha, contra el pueblo español al dictado de la
Troika, supone una incitación al odio. Y es inevitable.
¿Qué
sentimiento pueden tener los enfermos de hepatitis C, frente a la negación del
medicamento prescrito por los facultativos?
¿Cómo asumir que Europa es la cuna de la
civilización, cuando la Unión Europea hace un vergonzoso y criminal cuerdo con
Turquía para retener por dinero a los refugiados y los emigrantes que viene
huyendo de la muerte?
¿Alguien duda de que estos hechos sean
crímenes legales, aunque no estén plasmados en una sentencia judicial?
“La Justicia emana del pueblo y se administra
en nombre del Rey por jueces y magistrados”
Pues señores políticos, el pueblo español
siente odio hacia vosotros, yo, el primero. Porque es un pueblo vivo y honrado.
Vuestra inmoralidad pone en duda vuestra legitimidad para insultarnos con
vuestras mentiras avaladas de embustes. No somos demagogos, ni populistas y
mucho menos gilipollas.
Fragmento de
“Conversaciones con mi ángel caído”
Jerusalén mercado en
fiesta
Alejandro Taracena Cobo
Tenías verdaderos deseos
de hablarme de los pecados que me acompañarían contigo al Infierno. Que yo
recordaba desde mi tierna infancia. Sentía ansias de conocer tu versión del
pecado, sobre todo del pecado mortal. Me hiciste recordar al pie de la letra la
letanía de los siete pecados capitales, que aún recordaba desde niño. En la
Biblia el número 7 aun siendo primo es divisible y múltiplo de todo, aunque no
lo prescriba la aritmética más simple. Sin duda tu sabiduría angelical quitó hierro
al asunto. Cuando es el hombre quien utiliza la razón, los pecados por graves
que aparezcan, pueden ser atenuados por el conocimiento humano. Y quizás hasta
cambiar de signo.
Contra Soberbia Humildad.
Contra Avaricia Largueza. Contra Lujuria Castidad. Contra Ira Paciencia. Contra
Gula Templanza. Contra Envidio Caridad y contra Pereza Diligencia. Una vez
recitada la relación como si de una salmodia se tratara, me tomaste por el
hombro y paseamos no muy lejos de tu sitial. Antes de que me preguntaras, yo te
expliqué cuáles eran los que yo había asumido como de mayor gravedad. Sin duda
te avancé que la Lujuria.
https://www.youtube.com/watch?time_continue=126&v=lFg-RbDLpaY&feature=emb_logo
La lujuria, junto con el
sexto y nono mandamiento era la senda de la perdición de mi alma. Tú asentiste
como lógico entonar el mea culpa mea culpa mea máxima culpa, por mis
pecados contra la castidad. Pero me transmitiste sosiego al contemplar que el
tema de la sensualidad y sexualidad habían sido ya resueltos entre nosotros.
Dentro de un humanismo racional. Los seis pecados restantes tomaban parte de
las emociones, sensaciones y sentimientos lógicos de vivir en comunidad. Disciplinas
que se encuadraban en el campo de la sociología, psicología y la pedagogía,
donde ninguna deidad se podía inmiscuir en el comportamiento de los humanos,
regulados por las leyes civiles.
Nuestra conversación había
quedado interrumpida hasta pasadas varias noches de luna llena. Para nuestro
siguiente encuentro fui transportado junto a mi Ángel Caído, al pie mismo del
árbol de la ciencia del bien y del mal. Allí donde Eva comió de la fruta
prohibida y dio de comer a su compañero Adán. En aquella luminosa noche, al pie
del árbol, estábamos los dos, uno frente al otro. Tú, mi Ángel Caído y yo, tu
pretendido discípulo y amigo. Después de un largo, placentero y tibio silencio,
me atreví no sin temor, a preguntarte: ¿Por qué te dejas abrazar por la serpiente?
Y tú me tomaste de las manos y exclamaste: La serpiente es nuestro pudor,
míranos, nosotros estamos desnudos.
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