Por Pedro Taracena Gil
Víctor Ochoa
Escultor
Anoche soñé que:
La humanidad había perdido
la idea de la religión. Toda idea o pensamiento que no tuviera cabida en la
razón, era descartada. La historia del conocimiento inauguraba la era del
razonamiento. Producto de la razón como patrimonio humano no especulativo de
hipótesis irracionales. Las consecuencias de este replanteamiento del mundo
real, abarcaba otros campos, afectados por el imperio de las deidades,
concebidas y creadas por la mente del hombre sin validación racional. La moral
y la ética como definidoras del mal y del bien. Cuya influencia sobre los
hombres era impuesta mediante la hipótesis de la existencia divina, cuya
voluntad era gestionada por la clase sacerdotal. La idea de un dios y como
consecuencia de la religión, tan sólo se conocía a través de una presunta revelación de los dioses a un
pueblo elegido o una clase profética y levítica. Toda esta teología, ciencia
que trata de Dios, pertenecía a una concepción humana, al margen del uso de la
razón. Con ciega aceptación. Sin analizar los motivos de porqué el hombre ha
tendido hacia la trascendencia que supera su percepción más próxima y
sensitiva, ahora lo que cabía analizar era las consecuencias de esta ruptura
con lo antihumano, lo sobrenatural, lo irracional.
Únicamente a través de la
razón el hombre obtenía respuesta a sus interrogantes que la vida le plantea. A
partir de este principio ausente de prejuicios, la realidad fluye con los
mismos nombres pero con otros contenidos. Las acciones del ser humano en
libertad que antes eran negativas ahora pasan al signo contrario. Innumerables
ejemplos: En el orden de la realización sexual, había virtud donde antes se
contemplaba el vicio. La autosatisfacción es libre y la relación sexual ajena
al amor y la procreación depende del acuerdo entre iguales. La razón no
establece normas que no haya asumido antes, y rechaza las que repugnan a la
propia naturaleza humana. La pederastia, la violación, el proxenetismo, el estupro,
el incesto y todo ello sin necesidad del mandato divino concebido por la mente
del hombre.
Cuando el comportamiento
humano insertado en cualquier cultura utiliza la lógica, el haz el bien y evita el mal, es expresión de su razón. No
matarás, no maltratarás, no molestarás, son mandatos conforme a la razón. Y de igual modo en el terreno de la propiedad
privada y el bien común. Son premisas de una convivencia basada en el
razonamiento como base de la justicia, la libertad y la solidaridad. Sin
religión y sin ningún dios que rendirle cuentas, la convivencia es más fácil de
comprender. Las normas se entienden y su cumplimiento es más meritorio. Vivir
sin religión es romper con lo incomprensible, renunciar al misterio, practicar
el libre albedrío. Desamordazar a la razón. Ejercer de librepensadores. Encontrar
la verdad detrás del conocimiento sin prejuicios. Todo ello supone renunciar a la verdad
absoluta en virtud de las verdades compartidas por todos. Así como las dudas,
los errores y los aciertos. El uso de la razón nos hace estar más cercanos a la
realidad. Razonar y desmitificar lo absoluto, la perfección, lo infinito, lo
sobrenatural. Aceptando los términos finitos de nuestra condición humana.
Qué hacer con los símbolos
de la religión y sus huellas. Sin necesidad de hacer una gran abstracción,
deben quedar como las pinturas rupestres, las pirámides de Egipto o el Partenón
de Atenas. Que ahora solo influyen en nuestra admiración de cómo utilizaron la
razón para avanzar en el conocimiento humano. Y las huellas han de desaparecer
de la organización de la polis, de la política. De la convivencia, la libertad,
la igualdad y la solidaridad. Y gobernar como si Dios no existiera. A propósito
de esta reflexión me entregué al análisis de una tras otra de las normas que
los hombres se han dotado por haber intervenido una divinidad en el mundo. Más
exactamente la clase sacerdotal que se arrogó la interlocución e interpretación
de la revelación divina. Y sobre todo el maridaje con el poder temporal. El
recuento de las interminables leyes contaminadas con preceptos del más allá,
así como la infinidad de guerras religiosas acaecidas, me hizo despertar de
aquel profundo sueño.
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