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martes, 3 de abril de 2012

MIS SUEÑOS PREFERIDOS

Por Pedro Taracena Gil


Víctor Ochoa
Escultor
Anoche soñé que:

La humanidad había perdido la idea de la religión. Toda idea o pensamiento que no tuviera cabida en la razón, era descartada. La historia del conocimiento inauguraba la era del razonamiento. Producto de la razón como patrimonio humano no especulativo de hipótesis irracionales. Las consecuencias de este replanteamiento del mundo real, abarcaba otros campos, afectados por el imperio de las deidades, concebidas y creadas por la mente del hombre sin validación racional. La moral y la ética como definidoras del mal y del bien. Cuya influencia sobre los hombres era impuesta mediante la hipótesis de la existencia divina, cuya voluntad era gestionada por la clase sacerdotal. La idea de un dios y como consecuencia de la religión, tan sólo se conocía a través de  una presunta revelación de los dioses a un pueblo elegido o una clase profética y levítica. Toda esta teología, ciencia que trata de Dios, pertenecía a una   concepción humana, al margen del uso de la razón. Con ciega aceptación. Sin analizar los motivos de porqué el hombre ha tendido hacia la trascendencia que supera su percepción más próxima y sensitiva, ahora lo que cabía analizar era las consecuencias de esta ruptura con lo antihumano, lo sobrenatural, lo irracional.
Únicamente a través de la razón el hombre obtenía respuesta a sus interrogantes que la vida le plantea. A partir de este principio ausente de prejuicios, la realidad fluye con los mismos nombres pero con otros contenidos. Las acciones del ser humano en libertad que antes eran negativas ahora pasan al signo contrario. Innumerables ejemplos: En el orden de la realización sexual, había virtud donde antes se contemplaba el vicio. La autosatisfacción es libre y la relación sexual ajena al amor y la procreación depende del acuerdo entre iguales. La razón no establece normas que no haya asumido antes, y rechaza las que repugnan a la propia naturaleza humana. La pederastia, la violación, el proxenetismo, el estupro, el incesto y todo ello sin necesidad del mandato divino concebido por la mente del hombre.
Cuando el comportamiento humano insertado en cualquier cultura utiliza la lógica, el haz el bien y evita el mal, es expresión de su razón. No matarás, no maltratarás, no molestarás, son mandatos conforme a la razón.  Y de igual modo en el terreno de la propiedad privada y el bien común. Son premisas de una convivencia basada en el razonamiento como base de la justicia, la libertad y la solidaridad. Sin religión y sin ningún dios que rendirle cuentas, la convivencia es más fácil de comprender. Las normas se entienden y su cumplimiento es más meritorio. Vivir sin religión es romper con lo incomprensible, renunciar al misterio, practicar el libre albedrío. Desamordazar a la razón. Ejercer de librepensadores. Encontrar la verdad detrás del conocimiento sin prejuicios.  Todo ello supone renunciar a la verdad absoluta en virtud de las verdades compartidas por todos. Así como las dudas, los errores y los aciertos. El uso de la razón nos hace estar más cercanos a la realidad. Razonar y desmitificar lo absoluto, la perfección, lo infinito, lo sobrenatural. Aceptando los términos finitos de nuestra condición humana.
Qué hacer con los símbolos de la religión y sus huellas. Sin necesidad de hacer una gran abstracción, deben quedar como las pinturas rupestres, las pirámides de Egipto o el Partenón de Atenas. Que ahora solo influyen en nuestra admiración de cómo utilizaron la razón para avanzar en el conocimiento humano. Y las huellas han de desaparecer de la organización de la polis, de la política. De la convivencia, la libertad, la igualdad y la solidaridad. Y gobernar como si Dios no existiera. A propósito de esta reflexión me entregué al análisis de una tras otra de las normas que los hombres se han dotado por haber intervenido una divinidad en el mundo. Más exactamente la clase sacerdotal que se arrogó la interlocución e interpretación de la revelación divina. Y sobre todo el maridaje con el poder temporal. El recuento de las interminables leyes contaminadas con preceptos del más allá, así como la infinidad de guerras religiosas acaecidas, me hizo despertar de aquel profundo sueño.

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