Manuel Puig
El error gay
Publicado el
Lunes 23 de Julio de 2012.
Un día como hoy, en 1990, moría Manuel Puig. Para recordar su
obra, seleccionamos este texto que, seguramente, será de interés para nuestros
lectores.
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La homosexualidad no existe. Es una proyección de la mente reaccionaria. Lamentablemente, creo que en materia de sexo somos casi todos bastante reaccionarios: ¡para nosotros la homosexualidad existe y cómo! Pero nos hacemos ilusiones, igual que los que creíamos en la tierra plana. Me explico: estoy convencido de que el sexo carece absolutamente de significado moral, trascendente.
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La homosexualidad no existe. Es una proyección de la mente reaccionaria. Lamentablemente, creo que en materia de sexo somos casi todos bastante reaccionarios: ¡para nosotros la homosexualidad existe y cómo! Pero nos hacemos ilusiones, igual que los que creíamos en la tierra plana. Me explico: estoy convencido de que el sexo carece absolutamente de significado moral, trascendente.
Aún
más, el sexo es la inocencia misma, es un juego inventado por la Creación para
darle alegría a la gente. Pero solamente eso: un juego, una actividad de la
vida vegetativa como dormir o comer; tan importante como esas funciones, pero
carente de peso moral. Banal, moralmente hablando. Por lo tanto la identidad no
puede ser definida a partir de características sexuales, ya que se trata de una
actividad justamente banal. La homosexualidad no existe. Existen personas que
practican actos sexuales con sujetos de su mismo sexo, pero este hecho no
debería definirlo porque carece de significado. Lo que es trascendente, y
moralmente significativo, en cambio, es la actividad afectiva. Ahora me
preguntarán cómo un acto capaz de dar la vida puede ser considerado banal, no
trascendente. Pues bien, creo que hemos pasado ya la Edad de Piedra, y así como
hemos aprendido a no comer veneno y a no dormir dentro de la cueva de los
lobos, hemos aprendido también a hacer hijos cuando queremos, y no cuando la
casualidad lo quiere. En un mundo civilizado debería ser el afecto, el amor, el
deseo de traer un ser nuevo al mundo lo que decida un nacimiento. Lo que da la
vida, entonces, sería el afecto y no el sexo, y este último sería solamente el
instrumento de un impulso puramente afectivo. Parece que el malentendido empezó
hace ya muchos siglos por obra de un patriarca que habría inventado el concepto
de pecado sexual, con el fin, entre otras cosas de controlar a las mujeres. El
concepto de pecado hizo posible la creación de dos roles diferentes: de mujer,
el ángel y la prostituta. Es decir, una sirvienta en casa y una cortesana
afuera para divertirse. Y, desde entonces, el ‘peso moral’ del sexo fue
descargado exclusivamente sobre las mujeres, o quien como las mujeres es
penetrado, como los llamados homosexuales pasivos.
Extrañamente,
alguien un día decidió que la penetración era degradante, vaya uno a saber por
qué. El falo tenía para estos extraños moralistas, un sentido colonizador y no
de simple cómplice del placer. Que ese peso moral fue siempre descargado sobre
la espalda de las mujeres es un hecho ya sabido que no precisa explicaciones, y
el lenguaje cotidiano lo confirma continuamente. No recuerdo haber oído decir
que un hombre era ‘promiscuo’ como un factor degradante. Se decía siempre que
un varón que tenía actividad sexual con muchas mujeres era un ‘homme à femmes’,
expresión simpática y para nada negativa. En cambio ‘mujer promiscua’ quería
decir una cosa mala.Significaba un desprecio, una condena, una crucifixión, o
por lo menos una degradación. Ese adjetivo lograba incluso un efecto perverso:
volvía a la mujer ‘promiscua’ menos deseable sexualmente. Creo que la cumbre de
esta operación represiva del lenguaje fue alcanzado por los periodistas
norteamericanos que en los años 50 popularizaron el vocablo ‘nynphomaniac’. Al
principio, la expresión pareció escabrosa pero muy pronto se la adoptó en las
primeras planas sin demasiados escrúpulos. ¿Qué era una ‘nynphomaniac’? Una
mujer que tenía necesidad de actividad sexual y que osaba buscarla. Eso era
todo, si se lo analiza hoy, pero en esa época implica un desdén y un rechazo
cercanos al asco físico. El vocablo, en efecto, dejaba entrever otras
motivaciones, como posibles disfunciones genéticas e inclusive una sombra de
locura. En cambio la contrapartida masculina de la pobre ‘nynphomaniac’ parece
que no existió. Un hombre de buena salud que tenía necesidad de sexo y lo
buscaba era llamado ‘stallone’, una palabra laudatoria y graciosa.
Pero
volvamos a la homosexualidad. Desde el momento en que aquel hipotético
patriarca creó el concepto del pecado sexual, del sexo como manifestación
demoníaca (cuando no neutralizada por ciertos ritos de brujería), se pasó a dar
inevitablemente importancia al sexo.Trascendencia, significados ocultos, peso
moral: he aquí el malentendido peligroso, porque incluso los menos
reaccionarios, al negar el componente demoníaco de la sexualidad entraban en la
dialéctica de los grandes significados y terminaban olvidando la característica
más determinante del sexo, que es precisamente su no pertenencia a la esfera
moral. Una vez establecido la artificial trascendencia de la vida sexual se
volvía importante, significativa, cualquier elección sexual. Y se establecían
así los roles sexuales. La mujer iba a tener solamente derecho a ser penetrada
y el hombre a penetrar. Y apenas llegado a la pubertad, el ser humano, más bien
limitado diría voy a ser objeto sexual, debía descubrir enseguida lo que le
gustaba y adoptar en consecuencia el rol correspondiente, para llegar a ‘ser’.
Vale decir, para lograr una identidad a través del sexo. Sin esta presión de la
sociedad para adoptar una identidad a través del sexo. Sin esta presión de la
sociedad para adoptar una máscara sexual ya en tierna edad, la elección sería
una operación muy distinta de la que todos nosotros hemos experimentado. La
dramática elección entre una cosa y la otra era exasperada además por el hecho
de que la masculinidad era identificada con el concepto de dominación y la
feminidad con el de sumisión.
De
cualquier manera, pienso que es imposible prever un mundo sin represión sexual.
Me esfuerzo en imaginar como resultado una gran disminución de la llamada
homosexualidad exclusiva y una gigantesca disminución de la llamada
heterosexualidad exclusiva. Y nada de esto tendría ninguna importancia: todos
estarían demasiado empeñados en su propio goce para preocuparse en
contabilizarlo. Por eso, yo admiro y respeto la obra de los grupos de
liberación gay, pero veo en ellos el peligro de adoptar, de reivindicar la identidad
‘homosexual’ como un hecho natural, cuando en cambio no es otra cosa que un
producto histórico-cultural, tan represivo como la condición heterosexual. La
formación de un gueto más no creo que sea la solución, cuando lo que se busca
es la integración. Y por esto me parece necesaria una posición más radical, si
bien utópica: abolir inclusive las doscategorías, hetero y homo, para poder
finalmente entrar en el ámbito de la sexualidad libre. Pero esto requerirá
mucho tiempo. Los daños han sido demasiados. Sexualmente hablando, el mundo es
una ‘disaster area’. En el próximo siglo muy probablemente nos verán como un
rebaño tragicómico de reprimidos; un montón de curas y de monjas sin el hábito,
pero disfrazados de grandes pecadores, todos víctimas de nuestras represiones.
Este
árticulo forma parte de:
“Manuel Puig: Una aproximación biográfica.“ Investigación, entrevistas y compilación a cargo de Gerd Tepass. Buenos Aires, junio de 2008. ISBN 978-987-05-4332-9
distribución via: www.manuelpuig.com
“Manuel Puig: Una aproximación biográfica.“ Investigación, entrevistas y compilación a cargo de Gerd Tepass. Buenos Aires, junio de 2008. ISBN 978-987-05-4332-9
distribución via: www.manuelpuig.com
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